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Juan Manuel Santos justifica la masacre de insurgentes invocando a Monseñor Romero


Cinismo extremo.- En la cruzada asesina de las clases dominantes de Colombia y del Estado contra los rebeldes de todos los tiempos no han faltado las justificaciones de tipo religioso, que incluso han llevado a que algunos de los promotores de la muerte y de la persecución de los rivales hayan sido canonizados y otros estén en tren de serlo en estos momentos. Nos referimos en concreto a que Ezequiel Moreno, un clérigo español residente en Colombia desde finales del siglo XIX y obispo de Pasto, sostuvo que “matar liberales no era pecado” durante la guerra de los Mil Días (1899-1903), y como un cruzado medieval llamó a los fieles a defender la santa religión católica de los impíos radicales y masones con Remington y machete. Por acciones tan “plenas de valor religioso y humanitario”, en 1992 Juan Pablo II lo canonizó como el primer santo del panteón colombiano, aunque no hubiera nacido en estas tierras y ningún aporte de santidad terrenal hubiera realizado, salvo invitar a matar a sus adversarios.

Medio siglo después el clérigo conservador Miguel Ángel Builes desde su diócesis inamovible de Santa Rosa de Osos (Antioquia) vomitaba sermones desde el púlpito contra los liberales, comunistas, ateos, protestantes y aquellos que veía como los representantes de satán en la tierra. Contra ellos llamaba a atentar para impedir que siguieran causándole daño al pueblo colombiano, y por eso sostenía que “un campesino colombiano debe ser un soldado de Dios encargado de combatir el ateísmo liberal”. Tras el 9 de abril de 1948 en plena procesión llamó a liquidar de una vez por todas a los liberales. Su fanatismo era tal, que hasta los conservadores que en 1953 se distanciaron de Laureano Gómez fueron catalogados como cómplices del “liberalismo comunista”. Los sermones de Builes, una abierta apología del crimen y plenos de odio, incitaron a muchos fanáticos conservadores a matar liberales y comunistas en veredas y pueblos de Antioquia y de Colombia durante la primera Violencia (1946-1957). Por estas circunstancias de fervor católico y de aprecio a la vida de sus semejantes, hoy se adelanta su canonización en el Vaticano y es posible que se convierta en un nuevo miembro del santoral colombiano en poco tiempo. Este recuerdo de sacerdotes-criminales, convertidos en “santos” o que lo pueden ser de un momento a otro, nos sirve para encuadrar la postura de Juan Manuel Santos que, tras dar la orden para masacrar con bombardeos a decenas de miembros de la insurgencia, con una muestra de descaro inimitable ha dicho que respecto a la paz le pide a “Dios que le ilumine el camino para conseguirla y dijo que lo que se ha hecho hasta el momento en las negociaciones con las Farc ha sido lo planeado y estudiado”. Es decir, que los bombardeos criminales, como “emblema de paz” han sido estudiados y se le han consultado a Dios. Y más adelante agrega, en una muestra de cinismo difícil de igualar: “Monseñor Romero pagó con su vida la búsqueda de la paz y lo están beatificando por eso, porque toda su vida luchó por la paz en El Salvador, en el cielo debe estar viendo el fruto de sus esfuerzos y después de tanto años de guerra El Salvador está en paz. Eso es lo que yo quiero”. Juan Manuel Santos que en otras ocasiones ha presumido de ser algo así como un nuevo Mandela, ahora nos insinúa entre líneas que su accionar se asemeja al de Monseñor Romero. Que atrevimiento tan descarado, porque Romero no murió por asesinar a nadie, sino por defender a los que eran asesinados por rebelarse y enfrentar a la oligarquía salvadoreña. Romero pertenecía a los pobres, humildes, a los vencidos de siempre, mientras que Santos es un vocero de los poderosos, los victimarios, los terroristas de Estado. En ese sentido, Santos no se encuentra en el lado de Monseñor Romero –y nunca lo podrá estar por su interés y posición de clase– sino del lado de los que lo asesinaron, es decir, de los miembros de las clases dominantes procapitalistas y fervientemente serviles al imperialismo, defensoras de la desigualdad y la injusticia. Porque no puede reconciliarse lo que es irreconciliable, y mucho menos puede pretenderse que se nivelen el sacrificio de un hombre comprometido con otro tipo de sociedad y de valores (de amor, respeto, igualdad, solidaridad) con los que enarbola Juan Manuel Santos, que son los de la desigualdad, el odio, la venganza, la cobardía homicida y la traición. En este caso quien se acerca a las posturas de Monseñor Romero no es precisamente J. M. Santos, quien ordena bombardear y masacrar a los insurgentes en un acto pleno de cobardía arrogante, sino el Arzobispo de Cali, Monseñor Darío de Jesús Monsalve –casi la única voz que se ha atrevido a denunciar esos asesinatos– cuando ha dicho: “Ese uso extralimitado de la fuerza, a través del bombardeo a nacionales no es legítimo”, “No son homicidios provocados en la guerra, son asesinatos premeditados”. Será que esos asesinatos premeditados son los que J. M. Santos le va a confesar al Papa Francisco en el viaje que hará a Roma próximamente, donde pedirá “la intervención espiritual del papa Francisco” para que le implore a “Dios que lo iluminé” y le ayude a tomar “decisiones correctas en este momento tan difícil de la negociación”, decisiones entre las que se encuentran, desde luego, los bombardeos celestiales. Y en este sentido, J. M. Santos sigue la pauta establecida por Ezequiel Moreno y Miguel Ángel Builes, que sintetiza en la máxima a Dios rogando y con el mazo dando. Seguramente, al saber que se han santificado y canonizado personajes tan siniestros como los antes mencionados, J. M. Santos no se quiere quedar atrás y aspira a que con sus invocaciones a la muerte de sus adversarios no solo se le abran las puertas del cielo, sino la santidad eterna, para que rime con su apellido.


Noticiero Barrio Adentro
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