Te extraño, negro.
Yo no sé en qué momento pasó. Sé que nada nunca podrá ser igual. El negro, un color hidalgo y elegante, está en desuso. Lo digo por los guayos de fútbol que antes de que se nos viniera encima toda una estratagema comercial, eran simplemente los botines, los championes, como les dicen los uruguayos, y apenas tenían un solo color. El negro.
Todos recordaremos siempre nuestro primer par. Los míos eran marca Guayigol, de muy bonito diseño: suela blanca con taches de caucho y para no ir a tener algún inconveniente con Adidas, supongo yo, tenían cuatro franjas blancas en vez de las tres que caracterizaron siempre a la marca alemana. Y en mi colegio todos tenían guayos negros: había Fasttrak, algunos más criollos apuntaban a calzarse unos marca AS, que podían tener, como gran excentricidad, suela verde o amarilla. Y no faltaban aquellos que con guayos Pro-keds también saltaban al campo. Los Pro-keds –y me lo recordó mi amigo y colega Enrique Delgado con una foto que publicó en su Instagram– eran negros y tenían una banda similar a la que Puma utilizaba en sus botines, con la diferencia sustancial de que era separada –muy similar al diseño de los tenis Tiger– y que contaba con dos colores aquella banda: azul y rojo.
Los que tenían billete sí lograban lo que uno no: ponerse los Adidas Copa Mundo, una de esas cosas que jamás pude tener. De seis taches intercambiables, eran los deseados por todos. Le pedí al Niño Dios ya sabiendo que eran mis papás, que si ellos no podían dármelos, pues que él, en su infinita bondad navideña, sí me los trajera. Aún estoy esperando la caja en la puerta de mi casa.
Pero las tortas fueron buenas frente a la ausencia del pan. Después de los Guayigol y de un corto tránsito por unos AS que dejaban ver mis dedos gordos apenas a dos meses de haberlos comprado tuve unos Puma, así como los de Maradona en el Mundial de 1986. Y así uno fuera el tronco que yo era, como que en los pies se sentía una especie de valentía que jamás apareció con las otras marcas. Iba uno a cualquier cierre al piso solamente para poder ver los guayos rompiendo pasto y canillas.
En algún momento empezaron a verse pequeñas revoluciones en medio de tanta uniformidad. Recuerdo que el primer jugador que vi con guayos de colores en El Campín fue a John Mario Ramírez. Y en 1997, cuando desperdició aquel extraño penal contra Peñarol en la Libertadores con unos zapatos blancos que más que guayos parecían esos mocasines de charol que usaba don Ramón. Desde ese instante toda la clásica belleza de los guayos se fue a la borda. De hecho mientras estoy escribiendo esta columna estoy viendo por TV el partido Aston Villa-Arsenal: hay guayos magenta, anaranjados, violeta, blancos, dorados… entre los 22 jugadores no hay ninguno con guayos completamente negros.
El último gran exponente de los últimos tiempos y que se negó a esa modernización fue Juan Román Riquelme. Al irse, se dio la extinción absoluta de los guayos negros en el fútbol mundial.