top of page

La prensa colombiana durante la II Guerra Mundial


Para mediados de los años 40 del siglo pasado, cuando un desconocido reportero sevillano apellidado Chaves Nogales enviaba sus colaboraciones desde el frente de guerra en Irlanda e Inglaterra al diario El Tiempo, de Bogotá, Colombia era un país rural con tasas de analfabetismo que rondaban el 40%. La prensa que circulaba era hija de los partidos tradicionales, Liberal y Conservador, que ya empezaban a cocer los pilares de la primera etapa de una guerra que llega hasta nuestros días. Se trató de una lucha bipartidista cuyo inicio los historiadores sitúan más tarde, entre 1946 y 1958, más o menos, y que han denominado como la Violencia, con V alta para separarla de las que vendrían más adelante.

Desde principios del XX los grandes diarios asumieron posturas ideológicas marcadas por las simpatías que producían los hechos del mundo, como la Revolución Bolchevique, o el ascenso de Hitler en 1933. No eran posturas claras ni muy definidas. Oscilaban entre el interés y las dudas de un mundo lejano que marchaba a otro compás. Pero la pérdida de Panamá en 1903, orquestada e impulsada por los intereses políticos y económicos de los Estados Unidos, entiéndase la construcción del Canal, generó una avalancha de antiamericanismo en distintas facciones del Partido Conservador. El Nuevo Siglo, de Bogotá, y El Colombiano, de Medellín, acogieron las ideas fascistas de Mussolini, Hitler y Franco, y reportaban con agrado los avances de cada una de estas maquinarias totalitarias.

El Tiempo de Bogotá, por su parte, formaba parte de la coalición liberal y pro estadounidense. Su propietario y director fue Eduardo Santos, tío abuelo del actual presidente de Colombia, y quien dejó la dirección del periódico para asumir la presidencia del país de 1938 a 1942, años medulares en la guerra europea. El diario contaba entonces con una doble página dedicada a los boletines de prensa de la United Press, que informaban a diario sobre los últimos movimientos de las tropas. También recibía despachos ocasionales de enviados especiales o colaboradores como Manuel Chaves Nogales, que escribió sobre los avances del Ejército estadounidense en Irlanda, o sobre la vida social de las legaciones latinoamericanas en pleno asedio nazi.

La circulación de la prensa era muy modesta. Los abonos eran escasos y la forma más práctica de conseguirla era en las sedes de cada partido. Se leía solo un periódico, que era por supuesto el del partido de afiliación. Los índices de lectura eran bajísimos y la radio cumplía con la singularidad de replicar la información. Había emisiones especiales donde se leían los editoriales, las columnas de opinión y las informaciones más importantes.

El 6 de junio de 1944 el comandante de bomberos de Medellín, ciudad que no superaba los 200.000 habitantes, escuchó en su radio de onda corta que la incursión aliada a Normandía había iniciado. El oficial hizo sonar todas las sirenas y así corrió la voz de que algo importante había sucedido. La noticia se propagó y los diarios se apresuraron a confeccionar sus boletines de urgencia. Los colombianos sintonizaban entonces la BBC o la radio libre francesa. Con el desarrollo de la contienda el Gobierno del liberal Eduardo Santos fue depurando su postura y tomó partido por los aliados. Aunque nunca se declaró enemigo de los alemanes y a lo más que llegó fue a emitir un escueto Estado de beligerancia, que implicaría que todos los ciudadanos alemanes, japoneses, italianos y franceses debían alejarse de las costas colombianas. Los que fueron detenidos eran destinados a un campo de concentración que se dispuso en el Hotel Sabaneta, un balneario de clima tropical a una hora de Bogotá. El escritor bogotano Juan Gabriel Vásquez describe esta historia de forma detallada en su novela Los Informantes.

En el Congreso de la República los políticos conservadores no perdían ocasión para achacar al Gobierno el apoyo a los “yankees”, que hace casi 50 años habían vulnerado la soberanía y habían logrado la separación del istmo de Panamá. El controvertido Canciller López de Mesa, un intelectual de claras ideas antisemitas, argumentaba que era una concesión geoestratégica, ya que Europa quedaba más lejos para los intereses nacionales.

Cuenta el mismo Canciller López de Mesa que antes de romper relaciones con Japón, en 1941, recibió una airada misiva del embajador nipón, donde protestaba por la falta de cortesía de los empleados destinados a unos arreglos en la sede de la legación de Bogotá. Según el jefe de la delegación, los trabajadores colombianos eran incapaces de hacer la venia cada vez que pasaban por el frente de la estatua del Emperador Hirohito.

La hegemonía liberal acabó en 1946, después de 16 años. Con el fin de la guerra y las informaciones sobre las atrocidades nazis, muchos conservadores aceptaron la supremacía estadounidense en la región y encontraron en el comunismo ateo un nuevo enemigo al que atacar. Cuentan que en el periódico de extrema derecha El Nuevo Siglo, de la familia del presidente Laureano Gómez (1950-1951), había un articulista que firmaba bajo el pseudónimo de Américo Latino. Sus ataques contra los Estados Unidos eran tan virulentos que el embajador estadounidense tuvo que intervenir para que reconocidas franquicias no retiraran su pauta. Américo Latino bajó el tono de sus columnas sin que nunca se llegara a saber la identidad del columnista.


Comments


Noticiero Barrio Adentro
Contáctanos
  • Facebook Social Icon
  • Twitter Social Icon
  • YouTube Social  Icon
bottom of page