RELEYENDO EL “MENSAJE A LOS COMUNISTAS”
La cercanía del 50 aniversario de la caída en combate del padre Camilo Torres Restrepo constituye aliciente para una relectura minuciosa de su pensamiento y ejemplo, particularmente de los distintos mensajes publicados en el periódico Frente Unido durante el año 1965. En ellos, el sacerdote revolucionario explicaba de manera didáctica su proyecto político y el alcance estratégico del mismo.
Uno en particular me llama la atención: el Mensaje a los Comunistas del 2 de septiembre de 1965. Y lo hace por representar un guiño político de enorme profundidad, teniendo en cuenta las históricas tensiones y divergencias que han atravesado la relación entre las dos grandes corrientes del movimiento revolucionario colombiano: el campo marxista-leninista y el campo camilista.
La grandeza del Mensaje de Camilo se ve magnificada si se ubica en su correspondiente contexto histórico. Camilo le hablaba a los comunistas en momentos en que las burocracias eclesiales de América Latina cerraban filas en torno a las burguesías locales y, por tanto, rechazaban de plano cualquier diálogo con movimientos revolucionarios.
Y al mismo tiempo, Camilo establecía un diálogo dentro del campo revolucionario en momentos en que este se encontraba fraccionado casi hasta el infinito. Recordemos que las décadas de 1960 y 1970 representaron la división del Movimiento Comunista Internacional entre las “líneas” soviética, china y albanesa. Similar situación le ocurría al campo trotskista y a las distintas visiones de la lucha armada surgidas en América Latina. Así, en medio de unas izquierdas divididas y sectarias, Camilo Torres se atrevía a invitar públicamente a los comunistas colombianos a caminar juntos.
El Mensaje a los comunistas, entendido como dirigido a la militancia en su conjunto y no solo a las estructuras y direcciones, es un llamado a la unidad de enorme trascendencia, cuya vigencia permanece viva hoy en día y que sirvió de punto de partida para el llamado “diálogo entre cristianos y marxistas” que tendría lugar en las décadas siguientes en el debate teórico de las izquierdas mundiales.
Pero lo que me parece determinante del Mensaje a los comunistas, son cuatro párrafos escritos con la sencillez propia del padre Camilo, que se ocupan de denunciar el anticomunismo como una postura reaccionaria. Me permito transcribirlos:
“No soy anticomunista como colombiano, porque el anticomunismo se orienta para perseguir a compatriotas inconformes, comunistas o no, de los cuales la mayoría es gente pobre.”
“No soy anticomunista como sociólogo, porque en los planteamientos comunistas para combatir la pobreza, el hambre, el analfabetismo, la falta de vivienda, la falta de servicios para el pueblo, se encuentran soluciones eficaces y científicas.”
“No soy anticomunista como cristiano, porque creo que el anticomunismo acarrea una condenación en bloque de todo lo que defienden los comunistas y, entre lo que ellos defienden, hay cosas justas e injustas. Al condenarlos en conjunto, nos exponen a condenar igualmente lo justo y lo injusto, y eso es anticristiano.”
“No soy anticomunista como sacerdote, porque aunque los mismos comunistas no lo sepan, entre ellos pueden haber muchos que son auténticos cristianos. Si están de buena fe, pueden tener la gracia santificante y si tienen la gracia santificante y aman al prójimo se salvarán. Mi papel como sacerdote, aunque no esté en el ejercicio del culto externo, es lograr que los hombres se encuentren con Dios, y, para eso, el medio más eficaz es hacer que los hombres sirvan al prójimo de acuerdo a su conciencia”
Estos, lejos de constituir una suerte de “reafirmación personal” para los comunistas -colectivo en el que me incluyo-, es la demostración práctica de por dónde debe empezar el ejercicio de la construcción de la unidad. No podemos plantearnos “unitarios”, si al tiempo vemos en “el otro” -aquel con quien construiremos unidad- como una suerte de sospechoso potencial.
Por el contrario, construimos lazos de unidad, partiendo de considerar a ese “otro” como revolucionario, demócrata o progresista, esto es, como alguien con el que algo nos hermana.
Y es que en gran parte sobre esta falta de reconocimiento del otro, que en últimas se traduce en primacía de intereses hegemonistas y egoístas -ambos adjetivos impropios para quien se considere revolucionario-, se han cimentado los fracasos de los intentos de unidad del campo popular colombiano.
Este lastimoso fenómeno, descrito por un viejo amigo como “la unidad del yo con yo”parte de considerar a la colectividad a la que pertenecemos como la única portadora de una verdad revelada cuya comprensión es imposible para nuestros “compañeros de viaje”.
Esto se traduce en la vida práctica en la lógica del sacrificio sectario: sacrifico una conquista popular -ya sea gremial, táctica, política- con tal de no tener que compartir las pequeñas victorias, sacrifico la incidencia de masas de mi propuesta con tal de no someterla a amplia discusión, sacrifico transparencia en pos de fundamentalismo.
Tomándome licencias indebidas, me atrevo a decir que el Mensaje de Camilo tiene aún mucho por hacer en nuestras izquierdas. Máxime cuando se avecinan nuevos experimentos de convergencia democrática. Ojalá las lecciones aprendidas en tantas experiencias fallidas de unidad popular lleguen esta vez a buen puerto. El momento histórico no nos permite un fracaso más ante nuestro pueblo.