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El encierro de Miguelito

A las seis de la mañana, al barrio Alpes solo sube un SITP/T11; la única ruta de transporte con la que cuentan los alpinos: entre ellos "miguelito" un niño al que este bus de latas azules, le pasa todos los días por enfrente de su colegio, este angelito sueña con la libertad y aun así no lo quiere abordar para escapar de su Ensueño. Aferrado al pavimento avanza el colectivo, sin detenerse hasta descubrir los secretos de la montaña. No por nada se llama Alpes, no son los suizos, y no hay nieve, pero algo habrá de bueno cuando la gente se "muere" por vivir allí.

El panorama en la cima no era muy alentador, encontrarse de frente con una torre de energía que más bien parecía el botadero de doña Juana, y recordar que "la cultura de los ciudadanos se refleja, en la limpieza de sus calles" como alguna vez le oí decir a un poeta en TransMilenio. Deja mucho que decir. Pero esto, tiene una explicación.

Alpes solo tiene una calle principal, por lo cual el camión de la basura no recorre todos los lugares de esta montaña, así que sus habitantes optan por dejar sus basuras en el punto más central. La base de la torre de energía. Allí se pueden encontrar, desde toallas higiénicas saliéndose de una bolsa que un perro acaba de romper, hasta un sofá roto y desgastado.

Cerca de esta torre se encuentra; el Colegio Canadá, La Parroquia Nuestra Señora del Santísimo Sacramento, y un mirador que no tiene nada que envidiarle al de Monserrate; lastimosamente ese día la niebla y la distancia impiden, que pueda yo asegurar que la vista fue hermosa.

Mas puedo afirmar que el viento soplaba con potencia. Quizá más bien con ira, sopló como si juzgara las injusticias que se cometen en este lugar, sopló como si me exigiera que las contara a través de esta crónica, sopló tan fuerte que me hizo postrar bien los pies sobre la tierra y entender que los territorios deben ser de todos y no de unos pocos.

Mientras mi mirada se perdía en la inmensidad y mi mente se enlagunaba de pensamientos, una banda sonora de gritos, risas y pupitres arrastrándose, que provenían del Colegio Canadá, acompañaban mi filosófica cartografía.

En ese colegio que es más pequeño que una caja de fósforos, conocí a Miguel Ávila, o "miguelito" un niño de nueve años que cursa cuarto de primaria, avispado y de cachetes "colora´os" como dirían la abuelas, su copete bien para´o y dientes grandes como los de Bob esponja, vestía de particular, no tenía uniforme, eso me llamó la atención, pero fue el quien me abordó, con un grito diciendo "¡tocayo!" después de escuchar mi nombre cuando el profesor me presentó ante la clase.

Acompañé a los estudiantes a ver una obra de teatro, en la iglesia que les mencione antes, durante el recorrido miguelito me contó que vivía junto con sus padres y su hermana en un barrio de invasión llamado el Ensueño, a cinco minutos del colegio, cuando le pregunte que si no habían querido sacarlos alguna vez, me respondió contento, que por el contrario el alcalde ya había venido varias veces a prometerles catorce millones, trecientos mil pesos, para que construyeran.

No pude evitar reaccionar con sorpresa, y decirle "¿Peñalosa?" Él me dijo que no, que era otro alcalde, el alcalde Petro quien les prometió ese dinero. Pensé que quizá en su inocencia miguelito no sabía que ya hace algún tiempo habíamos cambiado de alcalde, así que se lo dije, pero él me dijo "si yo sé, pero ese Peñalosa no hace nada, el que vino fue Petro".

Me sorprendió que siendo un barrio de invasión, miguelito me dijera que no han intentado sacarlos y dejarlos sin vivienda como se ha vuelto costumbre en este país. Pues el padre Manolo, un particular personaje de acento español, confirmo mi sospecha, este hombre que los años ya lo han pintado de blanco, me confesó que el ESMAD aquellos hombres de negro que con gases lacrimógenos y macanas, se encargan de restablecer "el orden y la paz" ya habían venido, que ellos tiraron "piedrita" y se defendieron, que la cosa se puso buena.

Note que había una minera que explota tierra y piedra cerca del Ensueño, y le pregunte al padre Manolo, que si creía que por causa de los intereses económicos de la minera, era que los querían sacar. Pero al parecer a la minera no le importa este terreno, lo que sucede es que el terreno tiene dueño. El alcalde menor de Ciudad Bolívar trató de negociar con él, el inconveniente es que la cifra solicitada por el dueño es bastante alta.

Lo más triste es que según el padre Manolo, se aproxima el cambio del alcalde menor, y no sabemos si las negociaciones continuaran, ni que va a pasar con miguelito y su familia, ni con todos los desplazados y tampoco con aquellos que no necesitan un hogar pero que compraron un "lotecito" para agrandar sus arcas.

Menos aun discernimos que es mejor: que saquen a miguelito del Ensueño, o que lo condenen a un lugar donde literalmente quedara encerrado, creciendo entre la presencia de grupos al margen de la ley, y las pandillas que ya están empezando a contaminar la zona rural de Ciudad Bolívar.

Sus aspiraciones de continuar sus estudios en la universidad, como muchos jóvenes colombianos que trabajan de día y estudian de noche, se ven truncadas es que llegar acá ya es una odisea de por si, subir en la noche, es a otro precio, y ni hablar de estudiar de día.

No pude despedirme de miguelito, me distraje hablando con el padre manolo, traté de buscarlo, pero ya se había ido. Bajé de la montaña con su rostro tatuado en mi mente, y con la esperanza de que algún día logre escapar, de la idea de ser albañil o mecánico, y llegue a refugiarse en otros ideales; como el de ser medico, abogado, o periodista y conquistar el liderazgo de su comunidad para sacarla del anonimato.


Noticiero Barrio Adentro
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