#ElÚltimoDíaDeLaGuerra ¿Ingenuidad, vanguardismo o propaganda ingeniosa?
El 23 de junio de 2016 las FARC-EP y el gobierno nacional suscribieron un nuevo acuerdo, en el marco de las negociaciones de paz que vienen andando desde el año 2012. Se trata -nada menos- que del tan esperado Cese Bilateral y definitivo de las hostilidades entre el Estado y esta insurgencia, además de algunos avances en temas fundamentales para el fin del conflicto como la dejación de armas y la construcción de zonas de concentración transitorias que sirvan de puente entre el monte y la vida civil. Este histórico suceso fue recibido de distintas formas en la sociedad colombiana, con gran alegría por los sectores democráticos que apoyan el proceso de paz, con gran rabia por la oposición uribista que reconoció esta fecha como “el fin del Estado de Derecho”.
En el marco de ese gran apoyo y de una pequeña pero importante oposición comenzó a circular el Hashtag #ElÚltimoDíaDeLaGuerra que fue utilizado por una variopinta de organizaciones sociales y medios nacionales, así como también por medios internacionales y la opinión mundial, unidos todos en la idea de celebrar el histórico acuerdo que pone fin al uso de las armas de la guerrilla más antigua y persistente del continente y, así mismo, a la respuesta militar del Estado Colombiano, uno de los más armados de la región –en armamento y combatientes- y con una tradición contrainsurgente que perdura hasta hoy. Estas características hacen de este pacto un importante avance difícil de desestimar, aún por las miradas más obtusas, escépticas o abiertamente pesimistas.
Dicho Hashtag ha generado revuelo –como síntoma de algo mayor-, en parte, porque es bien sabido que, en términos reales, el último día de la guerra depende de muchos más factores que el Cese Bilateral entre FARC-EP y el gobierno, e incluso, de la firma exitosa del total de acuerdos pactados entre estas dos partes. Entonces ¿A qué se debe su utilización? ¿Ingenuidad, vanguardismo o propaganda ingeniosa? Esta pregunta recoge algunas opciones analíticas que, al leer redes sociales y medios, se pueden identificar con respecto a la utilización de este optimista enlace, importante de analizar hoy cuando dichas formas de enlazar noticias son capaces de llegar a millones de personas y amplificar un mensaje o sentir colectivo en instantes.
Para algunos sectores y personas de izquierda hablar de #ElúltimoDíaDeLaGuerra es una ingenuidad absoluta que desconoce la persistencia del paramilitarismo, la participación –todavía activa- de insurgencias históricas como el ELN y la doble agenda de un gobierno que habla de paz mientras impone leyes y políticas agresivas contra el movimiento social como la Ley ZIDRES, el nuevo código de Policía, la venta de ISAGEN y las empresas públicas, el aumento del IVA, la reducción neta del salario mínimo, etc. Desde esta óptica, los que utilizan en hashtag serían simplemente instrumento útil de un discurso dominante que intenta vender el fin de la confrontación bélica como la realización instantánea de la paz, basados en una confianza excesiva, infantil y ahistórica en el gobierno de turno.
Para otros no es ingenuidad, y está lejos de serlo. La utilización de este Hashtag denota la expresión clara de un vanguardismo latente que entiende la finalización de la confrontación con las FARC-EP como la eliminación total de la guerra, invisibilizando no solo la importancia de otras insurgencias activas como el ELN y el EPL sino, más grave aún, la conflictividad bélica persistente a causa de la existencia de grupos paramilitares en distintas regiones del país. Desde esta mirada, la utilización del Hashtag apuntaría a la idea de que las FARC-EP son “el inicio y el fin” de la conflictividad armada, y que los demás actores no importan o son poco relevantes.
Ambas lecturas -además de ser simplistas y parciales- son desafortunadas, más todavía si vienen del seno mismo de la izquierda. No creo posible ni creíble la apelación a una excesiva ingenuidad de los sectores que utilizaron dicho Hashtag, más si se tiene en cuenta que muchos y muchas de los que llenaron plazas el 23 de junio han tenido que vivir en carne propia la criminalidad histórica del Estado Colombiano y la violencia paramilitar (engendrada de éste) que generó el genocidio de la UP, las masacres pueblos y municipios, el asesinato y desaparición de familiares, y el despojo y desplazamiento de millones de familias humildes.
En este sentido, tampoco creo que dicho Hashtag sea expresión de una especie de vanguardismo pues –aunque se pueda expresar en otros ámbitos y aflore a veces- los que llenaron plazas son los mismos que en diferentes ocasiones y espacios han exigido la necesidad de dialogar con el ELN y el EPL para lograr una paz completa, además del desmonte de los grupos paramilitares que siguen asesinando en campos y ciudades al movimiento social y popular. Los que llenaron plazas y celebraron #ElÚltimoDíaDeLaguerra hacen parte en su mayoría de los movimientos sociales, políticos y culturales que también han sido azotados por el paramilitarismo, por la violencia oficial, y que históricamente han llevado las banderas de la justicia social.
Ni ingenuidad ni vanguardismo, a mi parecer. Dicho hashtag fue un intento apoteósico por capturar el sentido común de la ciudadanía incrédula a favor del proceso de paz, y vaya que se consiguió. El objetivo era, sin lugar a dudas, mostrar de la manera más radical el punto de inflexión histórico que representa la posibilidad de que la política del país no esté marcada por la guerra, herencia infame que guardamos con especial culto desde los orígenes mismos de la vida republicana. Los de siempre -pocos y desde arriba- señalaron desde la trinchera uribista que se le había entregado definitivamente el país al castrochavismo, que se había generado un circo. Era de esperarse. La izquierda, por otro lado, se dividió en la retórica que he planteado: un hashtag desnudó la fragilidad política de la izquierda, su sentido de realidad y su esquema táctico. Era de esperarse también.
Pero la gente del común, la receptora de la idea publicitaria y, en consecuencia, la que realmente importaba, acogió con emoción la noticia. Fui testigo en mi lugar de trabajo como -al momento de la transmisión- todos los cubículos de la oficina se dispusieron a escuchar las declaraciones del presidente Juan Manuel Santos y de Timochenko. No miento al decir que muchos de esos trabajadores de oficina -de diferentes edades y procedencias- se emocionaron en un solo ritmo, y algunos vertieron lágrimas de emoción, tal y como ocurrió en muchas de las plazas llenas y, seguramente, en muchos de los hogares colombianos. Dicha campaña simbólica que algunos llaman “ingenua” “vanguardista” o “delirante” intentó disputar el imaginario colectivo y construir una representación social de un país sin guerra, algo nada despreciable y, por el contrario, demasiado importante en un país en el cual la guerra se ha naturalizado, se ha interiorizado y se ha convertido en una suerte de psicología patológica, tal y como afirmara Arturo Alape hace más de treinta años.
Intelectuales de izquierda han planteado que el eje de disputa actual en Colombia es el tema de la paz, su bandera y posibilidades. Esta disputa articulará los esfuerzos de todos los actores del mapa político, inclusive de aquellos que permanecen en oposición acalorada –por negación-. Si queremos que los sectores alternativos y populares tengan la posibilidad de arrebatar la bandera de la paz al Santismo –y su versión de paz sin cambios- es necesario comenzar sin miedos pero con mucha inteligencia a desarrollar campañas que sean capaces de capturar el sentido común de las mayorías, que no son de izquierda ni les interesa serlo, pero que ven en la idea de la paz y la salida negociada una esperanza, un motor y un impulso ciudadano que puede o no llegar a ser canalizado en una apuesta alternativa de país.
Más allá de la muralla de la comodidad ideológica -que es perfecta pero que nunca gana nada- los sectores democráticos deben reacomodar sus prácticas y, sobre todo, su propaganda, en la idea de interpelar a las mayorías y sumar fuerzas. #ElÚltimoDíaDeLaGuerra, con todas sus críticas, logró lo inesperado: vincular espontáneamente desde lo emotivo a muchas personas que hasta ese día no se inmutaban de lo que venía pasando en el país y, en esa medida, contribuye a la posibilidad de la disputa por el cambio cultural, en un país donde el fascismo social -como señalaba Fals borda- se ha empotrado en la médula de la vida cotidiana de nuestra gente.
Se sabe que las condiciones que dieron origen al conflicto siguen vigentes, que no han cambiado sus rasgos estructurales, pero eso no quiere decir que no esté pasando nada, ni tampoco que debamos conformarnos con lo que hay. Ninguna de las dos cosas puede aceptarse. Las reformas económicas y políticas de gobierno son nefastas, el paramilitarismo permanece, el monopolio de los medios es infame, las condiciones sociales y económicas de la población son desgarradoras, todo esto es cierto, pero también es cierto que la cosa se agrava más si encima de todo esto tenemos una guerra, no solo por las pérdidas y el drama que produce, sino también porque resulta convirtiéndose en el distractor principal de todos los problemas anteriores.
Este escenario, que no es para nada ideal, es el que le corresponde a los sectores democráticos y ciudadanos que quieren cimentar una apuesta de paz alternativa, positiva y transformadora, y para ello la propaganda será fundamental, aunque se tengan la mayoría de los factores en contra. Ya no tendrán la excusa de la guerra, del enemigo interno, si se logra negociar satisfactoriamente con todas las fuerzas guerrilleras, y el objetivo será entonces no dejarles tiempo a los que han gobernado desde siempre para que elaboren otro chivo expiatorio, otro muñeco de trapo, para distraer la atención de las mayorías.