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LAS LUCHAS BARRIALES EN MEDELLÍN: UNA HISTORIA POR RECUPERAR.

Medellín empezó a expandirse hacia las laderas altas prácticamente a partir de los años 60 del siglo pasado por la dinámica del desplazamiento forzado que estaba generando en el campo la violencia bipartidista. Por eso estos barrios fueron, en la mayoría de los casos, producto de la invasión desorganizada de terrenos y su hábitat físico y social estuvo determinado por la acción colectiva agenciada por las organizaciones comunitarias que los mismos vecinos constituyeron. Entre ellas se destacaron las Juntas de Acción Comunal, que convocaron y gestionaron convites y recursos para abrir calles, alcantarillados, construir acueductos comunitarios, sus propias sedes y hasta escuelas, colegios y centros de salud.

Es cierto que las Juntas de Acción Comunal en Colombia nacieron en el marco de la organización del Frente Nacional como estrategia para lograr la reconciliación en el territorio y sobre todo para agenciar la influencia y control bipartidistas de las comunidades. En esa medida su primer pecado fue el clientelismo y la subordinación a las prácticas politiqueras de estos dos partidos. Y, además, según Camilo Borrero, del Cinep, después de 1961, cuando Colombia se insertó en la estrategia de la Alianza para el Progreso, diseñada por el presidente Kennedy en los Estados Unidos para frenar la revolución cubana, las Juntas de Acción Comunal se convirtieron en un instrumento para organizar a la comunidad en una perspectiva anticomunista y antisubversiva. Incluso hubo Juntas que se articularon a las estrategias cívico militares y en tareas de informantes.


No obstante, nunca dejaron de ser las Juntas de Acción Comunal un terreno político en disputa y una expresión también del movimiento popular. De hecho, entre las décadas de los 70 y 80, la composición de las Juntas de Acción Comunal las hizo virar hacia una actitud más beligerante frente al Estado, en la medida en que las organizaciones de izquierda habían incubado allí una proyección política tendiente a transformaciones radicales de la sociedad y del sujeto político.


Miguel Vicente Tamayo Otálvaro es miembro fundador de la organización comunitaria Convivamos, con sede en la comuna nororiental. Antes se llamó Corporación Centro Convivir pero tuvo que cambiar de nombre en la década de los 90 para que no la confundieran con las Cooperativas de Seguridad Convivir, impulsadas por Álvaro Uribe Vélez cuando era gobernador de Antioquia, y articuladas después a las estructuras paramilitares de la ciudad. Desde Convivamos, Miguel acompañó y fortaleció diversos procesos comunales, conoció y encarnó su dinámica y su sentir.


Por eso asegura que en los años 70 y 80, las Juntas de Acción Comunal en diversos barrios de Medellín se fortalecieron en su perspectiva política gracias a las acciones articuladas de las comunidades eclesiales de base, impulsadas por el movimiento de la Teología de la Liberación; también por la influencia de los movimientos cívicos que estaban luchando por el acceso de la población a los servicios públicos, y gracias a la incidencia barrial del movimiento estudiantil que en aquella época era muy dinámico y comprometido, aparte del trabajo de base que el movimiento sindical hacía en los barrios.


“Muchos de los fundadores venían de comités cívicos o culturales -explica Miguel-, y combinaban el evangelio con la acción política y la defensa de los derechos humanos”. Eso se materializó, según él, en una apuesta muy política y social desde las Juntas de Acción Comunal, que además eran articuladoras de casi todas las expresiones comunitarias en los barrios, como las asociaciones de padres de familia, los grupos culturales y los grupos juveniles. Estos últimos también eran muy fuertes y estaban articulados a expresiones políticas bien definidas como la Juventud Trabajadora de Colombia- JTC, impulsada desde los jesuitas, o la Juventud Comunista de Colombia- JUCO, y la Juventud Patriótica- JUPA, influenciada por el Moir”.


Según Camilo Borrero, “el programa de Acción Comunal nace como una estrategia del Frente Nacional, tendiente a incorporar a la comunidad en la realización de sus propias obras de infraestructura y servicios, disminuyendo costos en programas sociales y logrando mayor integración popular a las políticas del Estado”. Efectivamente, las Juntas de Acción Comunal fueron las artífices de casi toda la infraestructura de los barrios populares en la mayoría de ciudades y corregimientos en Colombia, especialmente en Medellín. Esto a través de prácticas autóctonas como la minga, la mano prestada y el convite, todas ellas surgidas de la solidaridad entre vecinos; la mayoría de las veces lo hicieron con recursos propios recolectados en bingos, ventas de empanadas y bailes comunitarios.


Sin embargo, al menos en la década de los 70 y 80, las Juntas de Acción Comunal trascendieron esta función, de la mano de organizaciones políticas y populares que las confrontaron con una realidad más amplia y sembraron en ellas la conciencia de la necesidad de transformaciones de fondo, sacudiéndose el asistencialismo del Estado y confrontándose con él como un interlocutor independiente y de peso.


Según Gloria Naranjo, investigadora de la Corporación Región, una de las primeras luchas de las Juntas de Acción Comunal en barrios de invasión fue la legalización de los lotes donde habían levantado sus casas. Y casi inmediatamente se enfocaron en las reivindicaciones en torno a los servicios públicos como energía, agua y alcantarillado, de los cuales carecían. Gracias a su luchas, se logró que el gobierno emitiera el decreto 755 de Mayo 2 de 1967, donde se considera a las Juntas de Acción Comunal como organizaciones populares, lo cual les permitía inscribirse como Asociaciones de Usuarios de Servicios Públicos y, a partir de ello, trascender su ámbito de incidencia más allá del barrio o la vereda. Este fue el inicio también de un gran movimiento por los servicios públicos que desde las Juntas de Acción Comunal o en todo caso integrado a ellas, logró dinamizar las luchas populares en los barrios durante los años 80.


La articulación de las Juntas de Acción Comunal de los barrios populares dio origen a un movimiento popular fuerte, que en la década de los ochenta tenía la capacidad de incidencia en las políticas públicas concernientes al desarrollo comunitario. Según ha expresado en diversos escenarios públicos William Estrada, presidente de Asocomunal Medellín a finales de los 80, por aquella época el movimiento comunal tenía la capacidad de diseñar políticas de desarrollo para los barrios populares y de presionar al Estado por los recursos necesarios para ejecutarlas. Este es el antecedente del presupuesto participativo, que después perdió su espíritu.


El movimiento estudiantil en los barrios:


En la década de los 70, el movimiento estudiantil en Medellín, y acaso en Colombia, tenía una dinámica que se gestaba desde el bachillerato mismo y muchas veces desde colegios privados. Su característica principal era que estaba vinculado a expresiones políticas y sindicales de nivel gremial y sobre todo al trabajo barrial.


Don Felipe conoció y se integró a este movimiento en 1976, cuando estaba estudiando en el liceo Fray Rafael de la Serna, un colegio privado, de clase media, ubicado en el sector de San Benito, en el centro de la ciudad. Su experiencia giró en torno a un grupo de amigos con el que realizaban un periódico llamado “San-Cadilla”, cuyo logo era una bota de obrero poniéndole zancadilla a una sandalia franciscana. Y es que los franciscanos en Colombia han sido de dos corrientes, según explica don Felipe: los de la Provincia (los ricos) y los de la Vicaría (los pobres, ubicados casi siempre lejos, en el Chocó, barrios de la costa, etc.


Estos últimos, desde luego, son minoritarios, pero le dieron un aire nuevo al movimiento popular en Colombia al abrigar y dinamizar las prácticas e ideas de la Teología de la Liberación. Había en el colegio uno de estos sacerdotes que daba clases de religión no con la biblia sino con la Revista Alternativa. Y, en términos generales, la lectura del marxismo era lo cotidiano y normal en aquel colegio.


Algunos sacerdotes que trabajaban allí como profesores llevaban a los estudiantes a los barrios y los ponían en contacto con el trabajo comunitario y con la clase obrera y sus organizaciones sindicales. A comienzos de los 80 los activistas estudiantiles de los colegios eran ya universitarios y habían consolidado múltiples expresiones de un movimiento estudiantil bastante fuerte en la Universidad de Antioquia, siempre vinculados a las diversas organizaciones obreras y populares.


Los activistas estudiantiles de Medellín a finales de los 70 y comienzos de los 80 giraban en torno a tres ejes sindicales: Uno, Federación de Trabajadores de Antioquia -Fedeta, del PCC; dos, el Comité Intersindical de Antioquia- COSACO, del PCC(ml); y tres, el Bloque Sindical Antioqueño, de tendencia independiente. “Estos organismos sindicales -cuenta don Felipe- eran muy activos en la formación de sus bases, no solo obreras sino también populares y estudiantiles. Mantenían procesos formativos con talleres de filosofía (marxismo), historia y otros temas. Además alimentaban una dinámica cultural bien importante con grupos de teatro y de música, entre otros”.


Muchos estudiantes eran de barrios populares y mantenían a la par del trabajo estudiantil un trabajo comunitario con sus vecinos. Otros se vinculaban a él por compromiso político. “Hubo un tiempo en que las asambleas estudiantiles se convertían en asambleas populares y terminaban en los barrios, en Manrique, en Aranjuez y en el Doce de Octubre, por ejemplo. Muchas veces había mítines y enfrentamientos con la Policía”.


El momento de quiebre:


A mediados de los ochenta, irrumpió el narcotráfico en los barrios con su ejército de sicarios e hizo más difícil, casi imposible, el trabajo popular. Y casi inmediatamente se dio la alianza con la fuerza pública y los paramilitares para asesinar o desterrar a los líderes estudiantiles, sindicales y barriales.


En el antiguo auditorio de la facultad de ingenierías de la Universidad de Antioquia hay una placa en la entrada, recordando la desaparición de Gustavo Albeiro Muñoz, aunque, según don Felipe, con fecha equivocada. “En la placa dice 1986, y en realidad él desapareció el 26 de mayo de 1982”. Gustavo era un joven de origen popular, que vendía con su padre verduras en la Placita de Flórez.


En el barrio Belén Rincón donde vivía, Gustavo estuvo unido al movimiento barrial comunitario, en jardines infantiles y en otras actividades. “De todos esos cuadros de la época -dice don Felipe- fue el más destacado en esa fusión entre movimiento estudiantil y popular. De hecho este último trabajo ocupaba gran parte de sus actividades”.


Cuando lo desaparecieron, el movimiento estudiantil de la U de A se tomó la curia que dirigía el cardenal López Trujillo. Su cadáver apareció, años después, en el Viajao, San Marcos, Sucre. “Este fue uno de los primeros casos documentados de la alianza fuerzas armadas – narcotráfico -explica don Felipe-. Pues para frenar el avance del movimiento popular, en este caso del movimiento barrial comunitario y el estudiantil, el Estado se alineó con el narcotráfico y crearon el MAS y y otras estructuras paramilitares. Entonces las cosas en los barrios y en la Universidad empezaron a ponerse oscuras”.


Después ya fue muy difícil la recuperación. Pues en ello incidió, según entiende don Felipe, la caída del socialismo y con él la falta de referentes internacionales para el movimiento popular. También el hecho de que el neoliberalismo nos abocara a un proceso de desindustrialización muy grande y con ello le dio un golpe de gracia al proletariado industrial. De tal suerte que el referente obrero también se perdió para los estudiantes y para las organizaciones barriales. Pero lo que es cierto es que la cimiente de este movimiento no se borró completamente, sino que se preservó en organizaciones comunitarias como la misma Convivamos, Simón Bolívar o Picacho con Futuro. En lo que va de este siglo esa memoria ha despertado en movimientos como la Red de Organizaciones Comunitarias -ROC y hoy la Mesa Interbarrial de Desconectados. Mientras esa memoria no se apague, su fuego, aunque en brasa lenta, puede volver a arder con fuerza en cualquier momento.

Noticiero Barrio Adentro
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