El faro de la revolución
En 1959 el pueblo cubano emprendía la construcción de una nueva sociedad que venía a terminar con la cuba prerrevolucionaria, en donde abundaban la desocupación, los bajos salarios, las pésimas condiciones e interminables jornadas laborales, la desnutrición, el analfabetismo, la mortalidad infantil, y en donde la dependencia y el sometimiento de Cuba se plasmaba en el desvergonzado uso de la isla como prostíbulo y casino de lujo para los norteamericanos.
El asalto al Moncada en 1953 y luego el despliegue de la lucha guerrillera tras el desembarco del Granma en 1956 marcan el inicio de la revolución dirigida por el Movimiento 26 de Julio de Fidel Castro, Ernesto Che Guevara, Raúl Castro, y Camilo Cienfuegos, entre otros.
La iniciativa del M-26 de tomar el poder y derribar al gobierno contó con un creciente apoyo de los explotados cubanos, incentivados por el odio generado debido a la represión y el ejemplo del valor y los triunfos revolucionarios. En la sierra se integraron peones rurales y campesinos al Ejército Rebelde, y eso se acompañó con una constante actividad urbana reflejada tanto en la acción conspirativa, como en la movilización que llevó a una importante huelga en 1957 en la zona oriental, tras el asesinato del líder santiaguero Frank País. Este trabajo en las ciudades permitió sostener la huelga general revolucionaria para acompañar la entrada de los guerrilleros triunfantes en La Habana a comienzos de 1959, en avance desde el oriente luego de la toma de Santiago de Cuba y Santa Clara.
Si ya, en octubre de 1958 (con la Ley Nro. 3), en plena lucha guerrillera y desde la sierra, se había dado el primer impulso a la reforma agraria, tras el triunfo de la revolución las medidas estructurales tomadas por el nuevo gobierno revolucionario se extendieron a gran velocidad. Una más completa y general reforma agraria comenzó en mayo de 1959, al tiempo que se efectuaba la reforma urbana con una drástica reducción del precio de la vivienda. A la eliminación del latifundio y de la burguesía rural, continuaron la nacionalización de las centrales azucareras, las refinerías de petróleo y las grandes empresas de servicios. Ante la reacción de la burguesía local y la pretendida intervención del imperialismo yanqui, que interrumpió las compras de azúcar y petróleo y su refinamiento, la respuesta del nuevo gobierno cubano fue más radicalización, como única forma de llevar adelante las aspiraciones de cambio revolucionario planteadas por el M-26 y el pueblo que se sumó a su lucha. Los Comité de Defensa de la Revolución (CDR) fueron un ámbito fundamental de la organización de masas para dar empuje al proceso revolucionario. Para 1961, el estado cubano fue proclamado socialista y los intentos de invasión, impulsados por EEUU con participación de gusanos cubanos, fracasaron estrepitosamente en Playa Girón.
Apenas un año después del triunfo revolucionario, el 23,6% de analfabetismo y el 60% de semi-analfabetismo de 1959 habían bajado a 3,8% y al año siguiente a 1,9%. Del mismo modo, la revolución permitió, en el ámbito de la salud, desde un país económicamente pobre, erigir uno de los más avanzados sistemas de atención y prevención médica del mundo, y sin dudas el más inclusivo, que impactó de forma directa en la mejora de las condiciones de vida diarias del pueblo cubano, produciendo, por sólo citar un ejemplo, una drástica disminución en la mortalidad infantil, que pasó de 79/1000 nacidos vivos, a menos de 5.3/1000 en los últimos años.
Por otra parte, tras la expropiación, el nuevo gobierno revolucionario puso al servicio del pueblo la producción nacional, que contaba con alrededor de 373 empresas privadas: más de 100 ingenios azucareros, 60 fábricas textiles, toda la rama de la industria alimenticia, 8 empresas de ferrocarriles, empresas de la construcción y las refinerías Esso y Shell. Al transformar en propiedad social esos medios de producción, y organizar el desarrollo económico global sobre la base de la planificación, el joven estado socialista sentó las bases para impulsar un desarrollo integral en beneficio del conjunto del pueblo trabajador, garantizando su acceso a los bienes fundamentales que permiten una vida digna, incluyendo la estipulación del salario mínimo, además del otorgamiento universal de una renta básica para adquirir productos indispensables para el consumo familiar.
Así, tras la guerra revolucionaria, la toma del poder, la derrota de la burguesía y el imperialismo, la expropiación y socialización de los medios de producción, y la organización de un estado obrero, la Cuba de principios de los 60 daba un primer y fundamental paso en la construcción de una sociedad sin explotación.
Desde nuestra tradición hemos destacado y seguimos destacando la gran trascendencia de esta gesta revolucionaria, recuperando en particular el legado del Che Guevara con su impronta combatiente, antiburocrática e internacionalista.
Lamentablemente, otras corrientes de izquierda, subestimaron y criticaron duramente a la revolución, sus métodos guerrilleros, su dirección (señalada como pequeñoburguesa) y definieron gran parte de sus lecturas sobre Cuba, a partir de esa crítica inicial.
Por nuestra parte, en cambio, el problema actual consiste en reconocer la dinámica del proceso presente, entendiendo cuales son las circunstancias que influencian el rumbo actual de Cuba, sabiendo que eso no oscurece la profunda valoración de su ejemplo revolucionario.