El ´soccer´no va con Trump
El mejor ambiente futbolístico de EE.UU. está en Portland y Seattle, dos ciudades muy alérgicas a todo lo que simboliza Trump.
El próximo presidente norteamericano, cuando jugaba con la Academia Militar de Nueva York (Seth Poppel/Yearbook Library)
Como con tantas otras cosas, la relación de Donald Trump con el soccer es contradictoria. En sus días mozos jugó al fútbol en el equipo de la Academia Militar de Nueva York y como negocio intentó comprar a precio de ganga el Atlético Nacional colombiano. Pero ahora dice que no le gusta, que le aburre. Lo cual en todo caso habla muy bien del fútbol. Algo de bueno ha de tener para que un tipo tan raro (por no utilizar calificativos más rotundos) como el próximo presidente de los Estados Unidos lo encuentre insulso. Y para que figure entre sus fobias, lo mismo que los negros, los hispanos, los musulmanes y las mujeres (excepto aquellas a las que puede meter mano).
Él se lo pierde. Y no sólo el ambiente y la pasión de un Barça-Madrid o un Boca-River, sino de la mejor rivalidad que existe en la MSL (Major Soccer League) norteamericana, la de los tres equipos de la región del Pacífico Norte: Seattle Sounders, Portland Timber y Vancouver Whitecaps.
Puede que el Galaxy de Los Ángeles tenga más títulos y los equipos de Nueva York más audiencia televisiva, pero en Portland el equipo de soccer despierta tanto entusiasmo como los Timberwolves de la NBA (tiene quince mil abonados más otros diez mil en lista de espera, y es dificilísimo encontrar entradas para el Providence Park), y en Seattle los Sounders llenan para un derbi las 65.000 localidades del Century Link Field, el estadio que comparten con los Seahawks de la NFL.
En este rincón de Norteamérica el soccer se toma muy en serio aunque sea de una manera festiva y sin violencia, hay peñas y un ambiente como el del fútbol europeo o latinoamericano, no tan familiar como el del béisbol, sin la orquestación artificial de la NBA ni el énfasis en el espectáculo de la NFL. Y ello se debe en buena parte al vino y a la cerveza.
Se trata de una región geográfica que abarca dos países (Estados Unidos y Canadá), dos estados (Oregón y Washington) y una provincia (la Columbia Británica), que aparte de un clima lluvioso, mucho mar, bosques y montañas, tienen en común viñedos que producen excelentes pinot noir y micro destilerías de cerveza. Un partido de soccer empieza mucho antes en bares como el Temple de Seattle (o el Railway Club de Portland), desde el que una banda de música de un centenar y medio de personas, acompañada por miles de fans con sus bufandas al cuello y los colores del equipo pintados en la cara, hace el peregrinaje desde Pioneer Square hasta el Century Link Field combinando himnos del equipo con temas de jazz en medio del humo de las bengalas y el retumbar de los tambores. Y la fiesta concluye entre más efluvios alcohólicos horas después de que el árbitro haya pitado el final. Es una cultura, o mejor sería decir contracultura, que a Donald Trump se le escapa.
En el Providence Park de Portland, con capacidad para 20.000 espectadores, los más fanáticos del equipo ( The Timbers Army) crean un ambiente único, con mosaicos multicolores gigantes como los coreografiados en el Camp Nou en las grandes ocasiones, y no paran de cantar y gritar los noventa minutos. Si uno no supiera dónde está, pensaría que en Varsovia, Praga, Montevideo o un encuentro de la Bundesliga. Al igual que en Seattle y Vancouver, el campo se encuentra en el centro de la ciudad, rodeado de bares y restaurantes, y es de fácil acceso, a pie o en tranvía. Un factor importante.
No, definitivamente no es el ambiente de Trump. Inmigrantes europeos y latinoamericanos, punks, hippies, artistas, hipsters, nerds, rockeros, tipos llenos de tatuajes, chicas con piercings en el ombligo, jóvenes urbanitas, empleados de Google, Amazon, Starbucks, Microsoft, Intel y Nike, artistas, poetas, consumidores de smoothies de mango y papaya, sushi, sashimi y comida macrobiótica, obsesionados por una dieta saludable. Nada de hamburguesas de queso y Kentucky Fried Chicken. En las tribunas los vendedores ambulantes ofrecen botellas de agua a seis dólares, y latas de cerveza a doce.
La rivalidad entre las ciudades del Pacífico norte va más allá del deporte y comenzó en el siglo XIX, cuando Portland era el principal puerto y centro de la industria maderera. Pero las tornas se cambiaron a principios del XX, tras el descubrimiento de oro en Alaska, que llevó el ferrocarril a Seattle y sentó las bases de un crecimiento que la ha convertido en gran centro tecnológico. La primera genera ingresos por los impuestos directos, la segunda por las tasas al consumo. Son dos filosofías distintas pero en una cosa están de acuerdo: a Trump no lo quieren ver ni en pintura. Mejor que no le guste el soccer...