¡Así se inicio la violencia! Una memoria necesaria (parte II)
Don Benjamín y Alidio: cinco décadas de diferencia sobreviviendo la violencia. Cosas por decir, una memoria por construir, en la cual, como se quiso plasmar en Macondo, los hechos se repiten a través de generaciones que pretenden resistir y salir de aquello que no debe ser previsible.
Alidio descansa sobre una banca de cemento frente al Colegio Camilo Torres de Curumaní, conocido también como Colcator. Difícil lograr sacar un poco de tiempo para dialogar en esta entrevista. Sólo fue posible durante la clausura del V Encuentro Nacional de Zonas de Reserva Campesina, en la noche.
Sus tareas como responsable de la guardia campesina en el encuentro se habían multiplicado a partir del momento en el que Wilmer, o mejor dicho: Mime, el coordinador general, le delegara dicha responsabilidad, ya que tenía que viajar hasta Bucaramanga a su grado como bachiller, aquel título que la violencia le había negado en la adolescencia, como a otros miles de jóvenes en las distintas regiones del país duramente golpeadas por la guerra. Pero en la paz, o al menos desde el cese bilateral entre las FARC y Estado las cosas han cambiado. Pero esa historia será contada después.
El calor durante el día fue agobiante, sumado al agotamiento de los días anteriores. Sin embargo había que seguir.
Fue causa de su desplazamiento el continuo abuso y las violaciones a los derechos humanos por parte de las Fuerzas Militares y la Policía en complicidad con los paramilitares de la región, durante las épocas más duras y degeneradas de la guerra librada por décadas contra el campesino, por lo menos en el presente milenio.
Aunque múltiples los casos, ejemplifica con uno en particular: “En el año 2000, asesinan vilmente a ocho compañeros de nuestra vereda señalados de guerrilleros, tirados al río, campesinos naturales, nacidos ahí dentro de la misma vereda y en la región”.
Mientras tanto, él con su familia iba por los caminos entre veredas, caminos de Puerto Catatumbo, de Filogringo, de las veredas de Tibú hasta Convención, viviendo allí, caminando el Catatumbo, sólo preocupándose cada día por seguir viviendo, con la esperanza de volver. Suficiente para conocer que en la región los asesinatos y métodos usados para generar terror y temor cumplían con el mismo esquema.
“Ya no lo hacen los paramilitares pero sí la Fuerza Pública”
“Primero hacían unos falsos positivos, o sea: el Ejército entraba y uniformaba a los campesinos… los hacían pasar por guerrilleros y luego sí los paramilitares llegaban de sorpresa y al que agarraban lo asesinaban y lo tiraban al río”.
Al volver, en el año 2004, de nuevo en la vereda Filogringo, él y muchos campesinos retornaron a sus comunidades y realizaron el ejercicio de las juntas de acción comunal, que se mantiene hasta hoy y son la base organizativa de la Asociación y el movimiento campesino. “Luego llega la amplitud de los procesos sociales”, con el objetivo de generar organización en la población frente a la criminalización por parte del Estado de la que son víctimas. Aunque en aquella época él y su familia no hacían parte de ninguna asociación campesina, “a través de las circunstancias, lo que tiene que ver con las fumigaciones y erradicaciones forzadas, el atropello de las Fuerzas Militares, ya no lo hacen los paramilitares pero sí la Fuerza Pública”.
“¡Así se inició la violencia, para que vengan decir que la guerrilla es la culpable!”
Dos años después del Bogotazo, la Violencia, o mejor: la guerra bipartidista sufrida y librada entre las bases liberales y conservadores pero declarada por sus élites, no daba tregua en el campo colombiano. Los godos, en complicidad con las autoridades estatales, como también eclesiales, arrasaban a las poblaciones liberales, buscando pintar de azul el campo, eliminando a quien no estuviera con ellos, pero provocando la defensa armada de liberales y comunistas.
“La Profunda es un pueblito que queda en las riberas de Mendarco, ya en lo fresco, yendo de Chaparral pa Rioblanco, más arriba de El Limón. Allá los hermanos Hermógenes y Ramiro Vargas, que luego se llamarían Vencedor y Comino respectivamente, dijeron: ‘¿Nos vamos a dejar matar de los godos o qué?’. Vencedor llamó a un muchacho que le decían Mariachi, a un muchacho Canario, a otro muchacho que le decían Arboleda de Las Hermosas, llamó a un muchacho de Praga (Huila) Josué Leal que era Girardot, llamó a Leopoldo García, Peligro, hizo un grupito de unos 40 muchachos. ¡Muchachos! Pero ahí cayó (se integró) mi papá”.
“La comisión de chulavitas se fue de Chaparral, se fue a Rioblanco y dijeron: ‘por allá hay un grupo’. Se les fueron, pero también allá avisaron y arrancaron a correr con las familias, se fueron a una parte que se llama La Quebrada, por encima de Rioblanco… ya yo iba”. Al llegar los chulavitas, remataron a unos muchachos. Ellos no tenían nada que ver. Entonces Gerardo Loayza fue a Tuluá y compró 40 escopetas.
“Por los caminos de Rioblanco hacia Herrera, o hacia Gaitán, o hacia Chaparral, quedaba prohibido de las seis de la tarde en adelante andar” por orden de don Gerardo Loayza. Se le avisó a las familias, incluyendo a las que estaban en el monte escondidas. La razón: porque la Policía echaba bala y la chulavita apenas eran las seis se iba a patrullar, cogían las bestias y todo lo que encontraran, todo lo que robaran “chusma, chusma, chusma” y se lo llevaban. “La razón de la chulavita”.
“Con unos cuatro o diez conservadores, ellos llegaban y daban de dedo: ‘él es conservador’, entonces lo apartaban; y él es un collarejo hijueputa patiamarillo, mil cosas, entonces lo cogían, ya él no vivía, lo sacaban, lo apartaban y lo mataban. Como las casas eran de paja, de paja palmicha, palmarrial y una que se llama palmacuca… que cuando se afina se llama palmecuca, que sirve para hacer casas y las paredes. Entonces llegaban, a lo que ya mataban la gente, los botaban a ver si le metían candela al rancho, para que cuando llegaran los familiares dispersos no hubiera cómo cobrarlos”.
“¡Así se inició la violencia, para que vengan decir que la guerrilla es la culpable!”. De ahí los muchachos y las familias arrancaron para El Davis. Don Benjamín apenas tenía tres años, caminó con pies descalzos las montañas del sur del Tolima, con una estera al hombro, siguiendo el caminar de Tirofijo, de Mariachi, de Loayza y los muchachos que iban para enfrentar a la Violencia.
Campesinos tolimenses que han sufrido la violencia. Foto: Bibiana Ramírez