Reflexiones ante el nuevo Código de Policía
Durante varios años en las instituciones educativas se propuso regresar a la “Urbanidad de Carreño”, un manualito con el que nos enseñaron a los octogenarios de hoy a usar los cubiertos, a saludar, agradecer y despedirnos, a respetar a las demás personas, en fin, todo el protocolo requerido para no hacer el oso en un palacio real. En vez de ese texto se incluyeron las “Relaciones Humanas”, una temática más práctica y más profunda.
En ese entonces poca gente se disgustaba por la abundancia de excrementos perrunos en las calles y parques, había suficientes árboles para esconderse a orinar, se soportaban las estridentes rumbas de los vecinos, eran muy pocos los habitantes de la calle y, si mal no recuerdo, los atracadores y ladrones eran menos asesinos y menos abundantes y los enfrentamientos con la policía también eran escasos; el ESMAD es relativamente reciente.
En los últimos decenios se han modificado las costumbres y las condiciones de trabajo, los constituyentes de 1991 aprobaron más de 80 artículos sobre derechos humanos, la población se duplicó, el número de pobres y de miserables se quintuplicó y con ellos las necesidades y afugias se dispararon en igual proporción. Los ricos aprovecharon la globalización neoliberal para seguir engordando sus insultantes fortunas y gobernando, sin incluir pobres y opositores, cual reyezuelos (baste recordar uno que se atrevió a espetarle este insulto a un ciudadano: “Le pego en la cara, marica”). Al mismo tiempo la resignación disminuyó y los carentes de reconocimiento y recursos vitales, ya sin el estorboso embeleco de la ética, sin empleo, desplazados de sus terruños ancestrales; empezaron a rebuscarse su subsistencia a como diera lugar, inclusive sin importarles la vida de nadie ni siquiera la propia. Cundió la desesperanza, el caos, la anarquía.
Así las cosas, los privilegiados burgueses, en lugar de redistribuir sus riquezas o de sustituir este injusto sistema socio-económico, cambiaron el Código de Policía de 1970, adecuándolo a la nueva situación social, con el cual meter en cintura a los incultos y delincuentes, obligándolos a comportarse decentemente y a cultivar relaciones humanas respetuosas y sumisas. En éste le dieron a la Policía numerosas facultades, incluso la de violar algunos derechos humanos, eso sí, omitiendo controlar la mortal movilidad de los motociclistas, en especial su velocidad.
La causa fundamental de la incultura y la delincuencia es el sistema socioeconómico y político bajo el cual vivimos, demasiado laxo con los ricos y excesivamente injusto con los pobres. En el norte de Europa, para no mencionar a Cuba, no existen las desigualdades que hay en Colombia y en otros Estados con sistema similar. ¿Siendo Colombia un país con tantos recursos, por qué no podemos vivir como en Finlandia, Suecia o Noruega?
Porque nuestra miserable clase dirigente se limita a perfumar bollos, a podar el árbol enfermo y deja intacta la raíz del problema. Claro, para ello se requiere de la decisión democrática de la población, pero con nuestro altísimo grado de ignorancia y alienación, más la predominante cosmovisión individualista y ambiciosa, este sueño va a tardar largo tiempo.