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¡Nunca más los techos de cristal!


Foto: Cobertura Colaborativa ELLA 2017

Hoy, hablo desde mí y desde mi sentir como mujer Colombiana en un país aún en guerra, y no me refiero a la guerra explícita y evidente de la muerte y la masacre que nos avasalla diariamente, sino de aquella guerra histórica que combatimos las mujeres aquí y en todos los rincones del mundo y que es tan particular de nuestro tiempo.

Para mí hoy más que nunca y luego de este viaje, ser mujer significa reconocer un tejido de palabras, de sueños y de acciones que se hilan de manera cotidiana, no exclusivo de la mujer blanca heterosexual, sino también de la mujer negra, la indígena y campesina defensora de la tierra y del agua, de la mujer trans, de la trabajadora sexual y de aquellas que padecen el VIH, triplemente discriminadas por el sistema patriarcal. Todas comprendimos que ese sueño, nuestro sueño colectivo de crear otro mundo posible en contra de la despenalización social, de los discursos y saberes propios de la cultura machista, va a materializarse cuando logremos reconocer y demostrar cada una de nuestras victorias.

Por eso escribo esto hoy, porque cada vez es más necesario contar nuestra historia, reconociendo que tenemos propuestas muy diversas, que tenemos otras formas distintas de ver el mundo, y que otras son nuestras reivindicaciones.

Sabemos de la pobreza y desigualdad que aqueja al mundo diariamente, pero somos plenamente conscientes que somos víctimas dobles de esa disparidad, víctimas físicas y víctimas simbólicas, porque es precisamente eso, a diario ponemos el cuerpo, pero también esa “normalidad” con la que se ha tratado la inequidad de condiciones de las mujeres respecto a los hombres obedece no a una costumbre, sino a un símbolo. Un símbolo que representa la mentalidad enferma de esta sociedad, que nos estereotipó desde la niñez a la cocina, a la escoba y a la maternidad.

Por todo eso, es que hoy, ese movimiento que ha pensado en empoderar cada vez más a las mujeres, y que cada día intenta verdaderamente democratizar la sociedad, tiene una enorme vigencia. Ha sido el feminismo el que ha pasado por nuestro cuerpo y nuestra mente, el que le ha apostado a visibilizar todos los sentires de las mujeres alrededor del mundo, y que se ha pensado la posibilidad de transformar su entorno y su vida. Un movimiento que se ha construido indudablemente de la mano de millones de mujeres, y que desde una profunda reflexión interna, ha logrado demostrar que las mujeres no somos eso que históricamente se nos ha impuesto, no somos todos esos roles arraigados a la esfera privada de la vida, sino que somos una inmensa diversidad de emociones, sentimientos, colores y sabores. Así, el feminismo nos ha permitido meditar sobre todas las mujeres violadas y maltratas, a todas las mujeres obligadas a esconderse por su condición racial y su orientación sexual, aquí en América Latina, en Europa, África y en cualquier otra parte del mundo.

Es difícil, incluso, a nosotras las mujeres se nos ha dificultado comprender que sí es posible otro mundo libre de machismo y misoginia, pero creo que esa es nuestra apuesta, creer en lo imposible, creer en lo prohibido, que desde tiempos de Eva, es lo que nos ha caracterizado, la certeza de creer que podemos revertirlo. Es por eso, sobre todo que nuestra mayor tarea es mantenernos juntas, porque juntas somos más fuertes, y nuestra gran revolución será posible cuando estemos dispuestas a reconciliarnos con nosotras mismas y cuando resignifiquemos nuestra misma existencia. Y entonces, cada día comprenderemos más, que nuestra vida no está ligada a la necesidad imperiosa de la familia, de los amos y el marido, y que esos techos intocables de cristal no existirán nunca más si reconocemos la importancia de lo que significa ser mujeres.

Por todo esto, hoy y sobretodo hoy, día en que en Colombia es asesinada de manera vil y cruel nuevamente una joven en Barranquilla, se convierte en una necesidad para mí mencionar una vez más, que no importa el territorio en que las mujeres nos encontremos, pues cada maltrato, cada violencia, la sentimos como propia. No importa si nuestra cotidianidad no es el trabajo de la tierra, el trabajo en las calles, el activismo indígena y afro, nosotras hoy nos pensamos de manera plural y conjunta, pues es en ese reconocimiento que será posible ver en cada una de nosotras un elemento de todas las mujeres del mundo. Así, puedo decir con plena convicción que esta lucha iniciada es una lucha sin retorno, y que en nuestras manos está cumplir ese sueño que lleva en su historia el corazón de millones de mujeres convencidas de que esa gran revolución debe ser obligatoriamente feminista.


Noticiero Barrio Adentro
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