Recuperar el fútbol como vía de acceso a la felicidad
Sobornos, amenazas de muerte, coacción, suicidio. Mafia. Han pasado algo más de dos meses desde que comenzó en Nueva York el juicio contra varios altos cargos de la FIFA, de múltiples cadenas de televisión y algunas entidades bancarias, y los relatos que nos llegan de los periodistas que lo están cubriendo parecen sacados de una biografía de Al Capone. Uno de los testigos –que aceptó colaborar con la justicia estadounidense a cambio de no ir a la cárcel–, el argentino Alejandro Burzaco (expresidente y ex director ejecutivo de Torneos, una de las productoras de contenidos deportivos más importantes de América Latina), ha señalado a Fox Sports (la división estadounidense), Televisa, Globo y la española Mediapro como algunas de las empresas implicadas en el pago de sobornos para quedarse con los derechos de retransmisión de los grandes eventos futbolísticos. Todas ellas aparecían en el escrito de acusación del FBI cuando se destapó el llamado FIFAGate, hace ya dos años y medio.
La colaboración necesaria entre directivos corruptos y corruptibles y empresarios corruptores es uno de los patrones recurrentes en este ambiente. Y es que, por más que la FIFA controle en solitario el fútbol a nivel mundial, no es la dueña en exclusiva de determinadas prácticas delictivas. En España, por ejemplo, se han dado y se están dando múltiples casos. El más reciente, el que sitúa a la Federación de Fútbol en el centro de la Operación Soule. Estafa documental, corrupción entre particulares o administración desleal son algunos de los delitos de los que se acusa a cerca de cuarenta imputados; entre ellos, el hasta ahora presidente de la RFEF, Ángel María Villar (apartado temporalmente de su cargo), su hijo Gorka y el presidente de la territorial de Tenerife, Juan Padrón. Aunque lo más extendido en este país son los casos de corrupción inmobiliaria; dueños de constructoras que se apropian de clubes de fútbol como excusa para lucrarse (a costa del club y, por ende, de sus socios y aficionados) por medio de la especulación. Algo que, según Transparencia Internacional, ha sucedido gracias a la complicidad de los organismos públicos locales y regionales.
Esto solo en lo que se refiere a actividades ilegales. Legalmente, la política también ha sido una herramienta clave para la paulatina privatización del fútbol que ha relegado al aficionado tradicional al papel de mero consumidor de los productos que vende la empresa en la que se ha transformado su equipo. Fue el PSOE de Felipe González el que legisló para transformar los clubes en sociedades anónimas lo que, en la práctica, supuso que una asociación comunitaria de carácter democrático se convirtiera en una compañía privada sujeta a la voluntad de unos pocos. El Gobierno de Aznar elaboró la llamada ‘Ley Beckham’, refrendada después por el Ejecutivo de Zapatero. Esta norma permitió que a los futbolistas extranjeros se les aplicara un tipo impositivo del 24%, mientras que sus compañeros españoles pagaban el 43%. Gracias a ella, Florentino Pérez pudo fichar al astro inglés, aunque terminó beneficiando a todos los presidentes-empresarios que quisieron (y pudieron) llenar de jugadores mediáticos sus equipos con el objetivo de vender portadas y, sobre todo, camisetas.
Asimismo, tanto el PP como el PSOE han pervertido el concepto de “interés general” que se asociaba con la retransmisión de los partidos al concederle progresivamente a las televisiones privadas cada vez más derechos, de tal manera que lo que antes significaba “accesible para todos”, ahora quiere decir: “El que quiera verlo, que lo pague”. Por otro lado, al igual que ha sucedido con la cultura, Ahora Podemos se ha desentendido del deporte, tanto a nivel estatal como regional. No solo han propuesto ninguna medida para revertir la privatización del fútbol, sino que el deporte no tiene concejalía propia en ninguna de las ciudades en las que gobierna; en Barcelona y Madrid ni siquiera forma parte de una. Además, en la capital, a pesar de que en el programa político con el que concurrieron a elecciones en 2015 se comprometieron a tomar medidas urgentes para frenar los procesos especulativos y los pelotazos urbanísticos en marcha, han exhibido una política continuista (aunque moderada) en materia urbanística respecto al camino que inició el Partido Popular. Esto incluye casos tan relevantes como la adquisición de La Peineta por parte del Atlético de Madrid o la remodelación del Santiago Bernabéu.
La consecuencia más grave de todo lo expuesto es que, tras haberlo relegado a la categoría de cliente, se ha abandonado al aficionado; ahora se encuentra indefenso, sujeto a una manipulación mediática que apela a sus sentimientos y trata de nublar su capacidad de raciocinio. El resultado final es que el fútbol profesional ha ido perdiendo su esencia hasta transformarse en lo que es hoy: el negocio de unos pocos.
Pero ¿qué es el fútbol?
Tal y como estableció la ONU en 1978, el deporte es un derecho humano. En la Carta Internacional revisada de la educación física, la actividad física y el deporte, redactada a finales de 2015, la UNESCO ratifica que “la oferta de educación física, actividad física y deporte de calidad es esencial para realizar plenamente su potencial de promoción de valores como (…) el respeto por sí mismo y por los demás participantes, el espíritu comunitario y la solidaridad, así como la diversión y la alegría”. La alegría. Es decir que, el deporte, al igual que la cultura, incide en nuestra felicidad.
El profesor de Oxford Nicola Gardini, autor de un libro titulado ¡Viva el latín! (Crítica, 2017), defiende promover esta lengua principalmente por un motivo: que es bella. “Y la belleza es la imagen misma de la libertad. Por favor, no demos motivos prácticos para conocer la belleza”, resaltó. El argumento dado por el profesor Gardini es más que aplicable a este caso. A pesar de que determinados medios, empresas y directivos que se lucran con este deporte insisten en que algo solo sirve si es útil y que lo útil es aquello que reporta beneficios económicos (traducido a la jerga futbolística, lo único que sirve es ganar), el fútbol no es un negocio, es un derecho fundamental cuya “utilidad” pasa por hacernos mejores personas.
El conflicto surge cuando el negocio suplanta los valores propios del deporte –la salud, el afán de superación, la igualdad, el compromiso, la valentía, el trabajo en equipo o la lealtad, según la ONU- por otros propios del neoliberalismo como el consumismo, el culto al dinero, la legitimación de la desigualdad, el individualismo, la mercantilización… El problema, sobre todo en España, es que la opinión pública ha aceptado como real la falacia de que esos valores neoliberales son los del fútbol y, por tanto, cargan contra este deporte, contra sus aficionados y contra todos los que se dedican a ello. El negocio, entre tanto, permanece intocable, omnipotente, impune.
Afortunadamente, todavía quedan quienes se rebelan contra esta realidad y pelean por devolverle al deporte su condición de derecho humano. Y, precisamente, por esto y porque su lucha implica la reapropiación de un derecho de todos es por lo que son los protagonistas de este dossier. Hinchas que, primero, son ciudadanos; ciudadanos que, en vez de idolatrar al negocio, aman al fútbol. Personas que no han permitido que se les imponga una visión interesada sobre lo que significa un club y se han mantenido fieles al espíritu popular, comunitario, recreativo y formativo inherente a este tipo de asociaciones. Personas que se han dado cuenta de que hay que devolverle al fútbol su condición de juego como vía para acceder a la belleza, al orgullo, a la felicidad.