El tiempo de los comunes
Pervive en la memoria colectiva de los más sabios pobladores de las zonas agrarias de Ciudad Bolivar y Usme un relato que describe la experiencia vivida por los habitantes de dos veredas, cuya herencia cultural los dividía entre azules y rojos, durante los días posteriores al asesinato del líder liberal Jorge Eliecer Gaitan. A diferencia del resto del país, la artificial rivalidad que desangraba el país rural no afectó la convivencia ni la vida social y comercial que los unía desde que las primeras generaciones, provenientes de Cundinamarca y Boyaca, sembraran las primeras fincas de la alta montaña que abre las puertas del macizo del Sumapaz. Sin embargo algo cambio ese siniestro 9 de abril de 1948, el centro de la ciudad ardía y la atmósfera amenazaba con derrumbar el establecimiento político; las noticias tardías llegaron a los líderes de ambas veredas, separadas solamente por las cristalinas aguas del rio Tunjuelo, y el anhelado sociego se resquebrajaba; familias enteras se agazaparon esperando que sus vecinos de antaño los asaltaran con machetes y carabinas de caza.
Transcurrieron los días, el instinto defensivo fue superado por el hambre, la incertidumbre gobernaba hasta que el estafeta, que transportaba la correspondencia a lomo de burro por las trochas de la empinadas
cumbres, trasmitió un corto pero contundente mensaje: “no podemos vivir así, ni nos atacan ni no los atacamos. No podemos transportar la comida pues la única salida es por sus fincas y nos enfermamos de angustia, le propongo un pacto de paz hasta que nuestros jefes de partido resuelvan la situación de la ciudad. Nos vemos en el Rio y que la Virgen sea testigo de nuestro trato”. Con alborozo se recibió el mensaje y se alistaron los preparativos para el primer y mas efectivo pacto de Paz estable duradero. Cumplido a cabalidad, se instalo una efigie de la virgen maría como símbolo de reconciliación, se reactivó la vida colectiva y 60 años después recordamos el dialogo que evito que se disparase un solo cartucho entre hermanos y hermanas.
Esta historia la escuche hace varios años de una pareja de octogenarios que habitan las márgenes del borde sur de la Ciudad y cuya vida pasa desapercibida para la inmensa mayoría de capitalinos. Aunque no puedo confirmar su veracidad historiográfica, confió plenamente en la esencia del mensaje: las élites tienen como habito el incumplimiento y la trampa, mientras las gentes del común acostumbran respetar y validar la palabra empeñada. También me da la oportunidad de anunciar mi afiliación al partido de la fuerza alternativa revolucionaria del común, agrupación surgida de los acuerdos de la Habana, que emerge como expresión innovadora para disputar el gobierno de lo colectivo a las castas tradicionales que ostentan el poder económico y político en contravía de las necesidades del conjunto de la sociedad Colombiana.
Aspiro acompañar está propuesta aceptando la invitación a conformar la lista del partido a la camara de representantes por Bogotá, con el propósito de renovar la política y ejercerla muy lejos de las descompuestas élites y demasiado cerca a las gentes del común. Una política para los sectores marginados y olvidados por el modelo de “desarrollo”, en dialogo permanente con las mujeres y hombres que padecen la carga de una Ciudad edificada sobre la exclusión y la segregación e insistiendo en ampliar la participación efectiva como camino hacia la paz integral. En mi condición de maestro, gestor territorial, habitante del sur de Bogotá e integrante del movimiento socio-ambiental me propongo posicionar la agenda trazada por el campo popular en defensa de la ecoregión del rio Bogotá, la estructura ecológica principal, la construcción de paz territorial; consolidar el agua como derecho humano fundamental y bien común; la estructuración de un un sistema integral de atención, asistencia y superación de condiciones de vulnerabilidad para la niñez, juventud y adultez en situación de habitabilidad de calle y dependencia psico-social de consumo de sustancias pscioactivas o alucinógenas.
somos un equipo joven, sin padrinos ni maquinarias, capaz de representar los intereses de las mayorías y convencido plenamente que, retornando al historia, el único acuerdo valido es el que se hace con y para la gente.