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Trabajo, basura, prejuicio y ciudadanía en Bogotá. Una mirada histórica a la lucha de los obreros de


La suciedad, tal como la conocemos, consiste esencialmente en desorden. No hay suciedad absoluta: existe sólo en el ojo del espectador. Mary Douglas. Pureza y Peligro, 1970.

Introducción

3600 obreros del aseo bogotano pertenecientes a la empresa pública Aguas de Bogotá se han declarado en huelga en defensa de los acuerdos de formalización laboral firmados en 2013 por parte de sus sindicatos, el entonces alcalde Gustavo Petro y el ministro de Trabajo Rafael Pardo. Al tiempo, la imagen que difunden los medios es la de montones de basura sin recoger en las calles bogotanas, simbolizando una amenaza que tiende a devorar a la ciudad y llevarla a pasados indeseables.

La campaña antisindical y en contra de la existencia de una empresa pública de aseo, oculta que tanto su liquidación como el despido de los 3600 trabajadores, incrementa la dinámica de desciudadanización política y precarización social contra la que, históricamente, han luchado los trabajadores del aseo bogotano y que ha sido encarnada por sectores recalcitrantes de la élite burguesa bogotana que también históricamente ha despreciado y querido colocar fuera de los procesos de ciudadanización a los trabajadores y particularmente a quienes que ver directamente con la odiada basura. De hecho la apelación permanente en la gran prensa escrita, hablada y televisada a que esa elite no quiere que se reviva el monstruo de la EDIS (Empresa Distrital de Servicios Públicos 1958-1994) y su temible sindicato es sintomático de una mentalidad enquistada en lo más profundo de la conciencia burguesa que pretende distanciarse moral y socialmente desde un aura de limpieza y pulcritud diferente a la basura y sus obreros. En este artículo, hago una reseña histórica de la lucha de los obreros del aseo por conquistar la ciudadanía.

Resistencia y lucha por el reconocimiento ciudadano. 1920-1958

Si bien todos producimos basuras no todos compartimos la misma relación con ella. La modernidad burguesa ha construido una distancia moral, social y espacial con la basura. Supuestamente entre más distantes estemos de los desechos, más seguros estamos y mejor cualidad de humanidad se porta. Obviamente, en sociedades de ciudadanía fragmentada como la colombiana, la comunidad política no está conformada por iguales, sino por jerarquías y distancias, en cuya cúspide se ha querido instalar la élite aristocrático burguesa que se cree así misma portadora de las más excelsas cualidades ciudadanas, que sirven de referente a seguir, pese a que no todos puedan siquiera imitarlas, quedando por fuera de la ciudadanía (derechos sociales, políticos y económicos) o en amenaza permanente de perderla.

La relación social y política con la basura ofrece un lugar privilegiado para analizar esta construcción de desigualdad. En la cúspide de la jerarquía de la limpieza y pulcritud, distantes de la basura, se ha situado la élite burguesa masculina. Los hombres burgueses casi ninguna relación tienen con los desechos. En su hogar es la esposa y fundamentalmente las mujeres del servicio doméstico, quienes gestionan los desechos del hogar.

A finales del siglo XIX el costumbrista bogotano José Caicedo Rojas escribió una crónica denominada Las criadas de Bogotá, en la que describió la “jerarquía servil” que estaba al servicio de la aristocracia y era la encargada de relacionarse con la suciedad del hogar burgués. Para Caicedo, el nivel más bajo de la jerarquía estaba conformada por criadas que provenían “de la ínfima del pueblo, con perdón de la igualdad de la democracia, y son el non plus ultra de la mugre, desaseo y estupidez. […] Estas son las que sacan la basura de la casa, deshierban la calle y hacen todos los oficios más humildes y viles”.(1)

En el espacio público de la ciudad el Estado organizó a comienzos de siglo un grupo social encargado de la recolección y el barrido de los desechos producidos por el conjunto social. Estos obreros del aseo eran reclutados entre los sectores sociales más empobrecidos y recibieron el desprecio tanto del Estado como de la mayoría de la sociedad. Al lado de la fuerza de trabajo animal, estaba la fuerza de trabajo humana, los obreros.

En 1922 Abel Calderón, administrador del Aseo, comentaba las condiciones laborales.

“Creo que es de mi deber, por tratarse de una medida equitativa y justa, el recabar nuevamente sobre la necesidad de que se aumente el salario de los trabajadores, así: los del barrido $0-10 diarios y los del acarreo $0-20 diarios: los primeros permanecen entre la durante las horas de servicio diario, exponiendo no solamente su salud sino la vida. Principian trabajos a las 3½ a.m. y se desayunan a las 6 ½ a.m., de consiguiente con ese salario tan escaso no pueden atender el sustento de sus hogares ni mucho menos proporcionarse una alimentación regular que les ayude a defenderse de las infecciones que contraen en el servicio: a los segundos les sucede cosa igual, y además en las épocas de invierno por su escasez de ropa permanecen mojados de día y de noche y entre el barro y la lluvia”. (2)

En 1925, Andrés Villarraga, Inspector Fiscal del Municipio, en una visita realizada a los Talleres de Quiroga, hacienda en donde estaba el por entonces botadero de la capital, hacía notar que los obreros enfermos dejaban de laborar y por esa razón no recibían el pago de los jornales correspondientes, “A los pagos se presentaron Hipólito Chiape y Heliodoro Parra, peones del acarreo, y Rafael Quintero, peón del barrido, a quienes no se pagó porque habiendo estado imposibilitados para el trabajo por algunos días a causa de heridas y contusiones sufridas en el trabajo mismo, necesitaban comprobar este hecho ante la alcaldía para poder cobrar su salario. El caso de estos obreros es un verdadero accidente de trabajo, pero como ellos no conocen las disposiciones que rigen la materia para hacer oportunamente sus gestiones, sufren un perjudicial retardo en el pago”.(3)

Criadas del servicio doméstico y obreros del barrido y acarreo de basuras eran considerados “la ínfima del pueblo”, portadores del estigma de lo sucio. De ahí que tuvieran que resistir y luchar por sus derechos ciudadanos y por el reconocimiento. Más lento e invisible el proceso de lucha por la ciudadanía de las empleadas del servicio doméstico, a quienes hasta hace muy poco se le empieza a reconocer y conceder derechos sociales.

En el caso de los obreros del aseo existen registros para reconstruir el proceso de sus luchas. El 29 de octubre de 1925 en una solicitud de mejora salarial, destinada al Concejo Municipal, expresaban la conciencia de su propia condición y la demanda de reconocimiento social y protección ante los peligros sanitarios que enfrentaban.(4)

“No se oculta a los señores Concejales lo justo de esta petición –alza de jornales-, toda vez que somos los encargados de conservar la higiene y el aseo de la ciudad exponiendo en ello nuestras propias vidas, si se tiene en cuenta las infecciones mortíferas que se pueden contraer en el servicio a que gustosos nos dedicamos para para nuestra mantención diaria y de nuestras familias y beneficio de la sociedad”.(5)

Los obreros aprovecharon tanto el discurso higienista como el marco de oportunidades abierto en los gobiernos

liberales. Conformaron su sindicato en 1934, desde el que se atrevieron a opinar en los debates públicos sobre la gestión del aseo en la ciudad, razón por la cual despertaron la furia de la alta sociedad, cómo estos cretinos se atrevían a opinar si debían estar barriendo las calles. Ese año de 1934 el presidente del sindicato Oliverio Durán, cuestionaba la desidia municipal en el servicio de aseo.

“En los años de 1912 a 1920 Bogotá tenía 320 peones para el aseo. De 1920 a 1926 tuvo 280 obreros y con gran aumento de área y de población, Bogotá solo cuenta con 175 obreros para todo el barrido”.(6)

El sindicato liderado por obreros liberales y comunistas encontró en la amenaza de huelga un repertorio de protesta clave, ya que además de inquietar a las autoridades, lograban mejoras laborales, incrementando la animadversión entre las elites, lo que se puede inferir de un editorial del periódico El Tiempo en 1934:

“Si alguna huelga hay que evitar es esta, pues la magnitud de sus consecuencias rebasa todo cálculo. El problema del trabajo que la suscita, problema que forzosamente ha de tener solución pronta y fácil, pude convertirse en término de horas en problema de salud pública. No hay en este caso razón alguna que justifique la extremosidad del riesgo que amenaza a la ciudadanía bogotana”.(7)

El sindicato del aseo municipal fue la vía para la ampliación de derechos de los obreros de la basura. El Sindicato promovió por ejemplo la construcción de la Cooperativa de Trabajadores del Aseo, la que les permitió acceder a formas de ahorro, adquisición de muebles, enseres, que de otra manera hubiera sido difícil adquirir. Socialmente, los obreros del aseo tuvieron que resistir y soportar el epíteto de desprecio con el que durante gran parte del siglo XX tuvieron que lidiar: “marranos”, que era comidilla en la prensa y en las oficinas gubernamentales y que se difundió socialmente. Calificarlos de “marranos” era parte de la sanción social burguesa contra los obreros del aseo por atreverse a sindicalizarse, opinar y expresar su conciencia de clase.

Burlonamente El Tiempo solía mencionar el papel de agitador de un militante del Partido Comunista vinculado al Sindicato “Servio Tulio, el camarada comunista del Aseo”.(8) Para la burguesía era imposible que “la ínfima del pueblo” hiciera política, que se atreviera a solidarizarse con otros trabajadores en huelga, como la de taxistas en Bogotá en 1934,(9) que participara en la construcción de la Central de Trabajadores de Colombia –CTC.

Por eso el primer punto del Pliego de Peticiones discutido con la Alcaldía Municipal en febrero de 1938, fue la exigencia del reintegro de los obreros Deo Bulla, Luis. E. Restrepo, Héctor Romero, Daniel Hernández, Andrés Piñeros, Nicolás Galindo y Mauricio Santana. “Los tres primeros suspendidos como represalia por haber asistido al tercer congreso nacional de trabajo, y los demás retirados sin causa justificativa y por el hecho de pertenecer a este sindicato”.(10)

La elite bogotana aprovechó el retorno del conservatismo al poder y el asesinato de Jorge Eliecer Gaitán para desplegar una revancha antipopular. En el sindicato de los trabajadores del aseo municipal, despidió toda la influencia comunista y liberal, obligó a la desafiliación de la CTC y su afiliación a la nueva central conservadora y católica Unión de Trabajadores de Colombia y reclutó como peones principalmente a quienes manifestaban su fe en Cristo, su anticomunismo y lealtad al conservatismo. Habría que explorar desde el punto de vista de los obreros, lo que significó esta transición y las transacciones que debieron asumir para no perder sus derechos ciudadanos, por ejemplo defender su Cooperativa y la existencia legal de su sindicato.

El poder siempre quiso tenerlos como sumisos y leales, como sujetos sin criterio, dóciles y manipulables. Esto se deduce del debate sobre los sucesos ocurridos en la Plaza de Toros la Santamaría el 5 de febrero de 1956, cuando el público que había abucheado de la hija de Rojas, María Eugenia, y había sido atacado por obreros del aseo armados de garrotes y por policías.

En las indagatorias realizadas a los obreros del aseo se estableció que el Coronel Velosa Peña, Director de Aseo en 1956, dependencia adscrita a la Secretaría de Higiene del Distrito, ordenó el ataque a la multitud. Según el relato periodístico de El Tiempo, los obreros fueron citados e instruidos por Velosa para actuar si el público abucheaba al presidente o a su hija.(11) En las indagatorias los obreros astutamente dijeron que efectivamente Velosa los había instruido y les había dado la orden de atacar y hasta los pases de entrada al Circo de Toros, pero que ellos decidieron no asistir. Nunca se esclareció este suceso, el caso es que cuando en 1957 se establece el régimen bipartidista del Frente Nacional, los políticos liberales y conservadores se lanzaron por el control burocrático de la nueva Empresa Distrital de Aseo, posteriormente denominada Empresa Distrital de Servicios Públicos – EDIS y buscaron convertir a los obreros en cuotas electorales a su servicio, alejándolos de la herencia perjudicial y manipulable de la dictadura de Rojas Pinilla.

Notas:

(1) Rafael Eliseo Santander, Juan Francisco Ortiz y José Caicedo Rojas, Cuadros de Costumbres (Bogotá: Editorial Minerva, Biblioteca Aldeana de Colombia, 1936), 186. (2) Abel Calderón, “Ramo de Aseo”, Registro Municipal, Bogotá, junio 2, 1460 (1922): 4615. (3) Andrés Villarraga, “Acta de visita practicada en los talleres de Quiroga para presenciar los pagos de las cuadrillas de aseo”, Registro Municipal, Bogotá, abril 11, 1595 (1925): 6261 (4) Archivo de Bogotá, “Solicitud de reconocimiento de prima en igualdad con otros empleados de empresas municipales”. Archivo de Bogotá. Fondo Concejo de Bogotá. Sección Comunicaciones. Tomo 604.3722. folios 45-46, 29 de octubre, 1925. (5) AB, “Solicitud de reconocimiento de prima en igualdad con otros empleados de empresas municipales”. (6) Oliverio Durán, Presidente del sindicato. “Los obreros del aseo y el presupuesto del municipio”, El Tiempo, Bogotá, 19 de junio, 1934, 6. (7) “La huelga del aseo”, El Tiempo, Bogotá, 19 de agosto, 1934, 5. (8) “Huelga de los choferes”. (9) “Huelga de los choferes”. El Tiempo. 25 de agosto de 1934. (10) Archivo de Bogotá. Fondo Junta Asesora de Contratos. Libro 1 - 606.0025. Folios 11-15. (11) “Los sucesos del Circo de Toros. Los del Aseo dicen que les dieron orden de violencia. Los destituidos comenzaron a declarar ayer ante el Juez”. El Tiempo, 7 de octubre, 1958, p. 3.

Tomado de: El Embudo https://el-embudo.tumblr.com/post/170576087667/trabajo-basura-prejuicio-y-ciudadan%C3%ADa-en


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