Rebeldía se dice en femenino
“Queremos que no nos obliguen a casarnos con el que no queremos. Queremos tener los hijos y las hijas que queramos y podamos cuidar. Queremos tener cargo en la comunidad. Queremos derecho a decir nuestra palabra y que se respete. Queremos derecho a estudiar, ser choferes y hasta tener grado militar”. Así decía Susana, una de las protagonistas del primer alzamiento zapatista, aun antes de que a ese movimiento lo conozca el mundo cuando amanecía 1994. Era el levantamiento de las mujeres indígenas que reclamaban para ellas también la revolución. Este año, el Congreso Nacional Indígena (CNI), apoyado por el zapatismo, por primera vez irrumpe en el proceso electoral presidencial con una mujer indígena, Marichuy, que lleva las demandas del Concejo Indígena de Gobierno. La corriente rebelde que protagoniza el feminismo en el mundo no es ajena a los pueblos que integran el CIG, al contrario, convocaron a un encuentro de Mujeres en Lucha, en Chiapas, que tendrá su epicentro el 8 de marzo, el día del Paro Internacional feminista.
No son víctimas. Ni de poderes ni de costumbres. Pero sí están agraviadas. Desafían los destinos impuestos y han roto con tradiciones locales y globales para construir su propia historia. Son lo que son y lo que de ellas ha hecho la vida, dice Lupita, a quien los paramilitares le asesinaron a nueve familiares. A Rocío, Magda, Sara y Bettina, el gobierno las detuvo y encarceló por el delito de luchar y no dejarse, mientras que Gabriela enfrenta a la delincuencia marina, Myrna y Osbelia a la maquinaria que devora sus territorios, y Lucero a quienes les arrebatan sus plantas medicinales. Marichuy, sanadora y defensora, es su vocera y, junto a ellas y otras más, pone la vida para construir un mundo más bueno, uno donde quepan muchos mundos, y donde el que mande, mande obedeciendo.
Todas son integrantes del Concejo Indígena de Gobierno (CIG), estructura creada por el Congreso Nacional Indígena (CNI) para visibilizar sus luchas y llamar a la organización de los pueblos, indígenas y no, en una iniciativa respaldada por el Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) que se inscribe en el proceso electoral del 2018. El CIG está conformado por más de 200 indígenas de todo México, mitad hombres y mitad mujeres. Detener la destrucción y fortalecer resistencias y rebeldías es su horizonte, la autonomía su aportación. El zapatismo, por primera vez, participará del proceso electoral, pero que no compite en ese esquema. La toma del poder no es lo suyo. Van por más. Van por todo. Es su tiempo.
la candidata
María de Jesús Patricio Martínez, vocera del Concejo Indígena de Gobierno. Comunidad nahua, Tuxpan, Jalisco
Marichuy no se dice feminista, aunque lo sea. El concepto les viene de fuera, pero la práctica contra el patriarcado es cotidiana. En las comunidades las mujeres son parte importante en la resistencia: “Siempre han estado, aunque no se les ha visibilizado y no aparecen mucho”. En muchas ocasiones, dice Marichuy, “cuando hay desánimo, las mujeres dicen ‘si no quieren, vámonos nosotras por delante, vamos a caminar’. Esa decisión hace que todos se animen y caminen”.
La propuesta del CIG ha resultado más que femenina. Son ellas las que están en los templetes, las que dicen los discursos políticos, las que organizan los actos. Ya no sólo se les ve preparando las ollas de comida ni arreglando el lugar, o cuidando a los hijos mientras están las asambleas. “Nuestra intención”, señala Marichuy, “es que participen con más decisión”. Y, como el resto de las concejalas, aclara que “es necesario caminar junto con los hombres, no que vayamos atrás ni adelante, sino que vayamos juntos en esta defensa de nuestra vida, que es la vida para todos”.
A su paso por las comunidades, la primera aspirante indígena a una candidatura presidencial va inspirando a más mujeres a participar, aunque, advierte, el machismo en las comunidades “está arraigado”. Desde los pueblos, explica, “hemos visto cómo la estructura capitalista está pensada y diseñada para que el hombre sea el que tiene la razón, y es él o ellos quienes han diseñado esas estructuras de muerte para nuestros pueblos”. Por eso, dice, es necesario romper.
La defensora
Rocío Moreno, Concejala coca. Comunidad de Mezcala, Jalisco Con sus 34 años, es de las de mayor experiencia dentro del Congreso Nacional Indígena. Su nombramiento como Concejala a nadie sorprendió, pues su trayectoria como defensora del territorio es larga como la enorme trenza que le cae sobre la espalda.
El CIG está conformado por un hombre y una mujer de cada pueblo. Aunque la mitad son mujeres, el rol en esta iniciativa de ellas es predominante. Rocío habla claro sobre el machismo al interior de los pueblos y de las organizaciones. Se refiere a la revuelta interna encabezada por las mujeres zapatistas en sus comunidades, en la que exigieron y ganaron el lugar que les corresponde. “Sería una pérdida de tiempo no hacer lo mismo que hicieron ellas, porque tenemos el machismo y el racismo inyectado en nosotras y éste es el momento para denunciarlo y cambiarlo”. Por eso, insiste, “nunca más un México sin nosotras”.
Matriarca
Gabriela Molina, Concejala comca’ac. Comunidad Desemboque de los Seris, Sonora
Las mujeres seri son parte importante de la economía familiar. Representan, en muchos casos, el mayor ingreso de dinero. Aprenden el arte de la cestería desde niñas y sus productos se cotizan en dólares en Estados Unidos. La nación comca’ac era una cultura de matriarcados hasta que llegó el hombre blanco y la cambió. Hoy, mujeres como Gabriela intentan recuperar la política interna: “El trabajo es fuerte porque se quiere retomar el rol de la mujer. Antes era ella quien diseñaba la estrategia de guerra y más en mi familia. Eran las mujeres las cazadoras de venado y lo entregaban a los guerreros”.
Gabriela asume la responsabilidad “para seguir conservando todo lo que tenemos y dar la cara por todo lo que hay aquí”. A ella no la arrullaron con canciones de cuna, sino con cantos de guerra.
El machismo, dice, “llegó hace unos años y también tiene que ver con que mujeres seris se casaron con hombres blancos, el coxa o mexicano”. La diferencia no es poca. El coxa es el que no es comca’ac, el de afuera.
Desobediente
Guadalupe Vázquez Luna, Concejala tsotsil. Comunidad de Acteal, Chiapas
Lupita tiene una belleza particular. Grandes ojos negros, nariz pequeña y boca delineada, a los 19 años conoció a un muchacho, se enamoró y se juntó con él, desafiando las reglas de la familia y de la comunidad. “Mi hermano dijo que si me venían a pedir, él daba el permiso como es la costumbre. Yo le respondí, ‘adelante, que vengan y tú di que sí, pero te vas tú en mi lugar’. Y no me pidieron”.
La tradición de su pueblo, explica, “es que la mujer debe ser sumisa, obediente, la que hace, la que lava, la que sirve, pero yo siempre me dije que no. Si yo trabajo el campo, ¿por qué el hombre no puede trabajar en la casa?”. Con su pareja tuvo dos hijos y, años después, volvió a desafiar la costumbre y se separó quedándose con “lo más hermoso que tengo”, sus dos niños. Su ex compañero resultó celoso y tomador, así es que un día decidió que no más.
La organización es lo que a ella y a muchas como ella las ha puesto en otro lado.
“Es muy difícil y muy complicado, pero lo hemos logrado”. Hoy en Acteal existen dos grupos de las mujeres, pero nada ha sido fácil.
"ya es tiempo"
Osbelia Quiroz González, Concejala nahua. Tepoztlán, Morelos
En esa lucha, como en todas las que ha librado Tepoztlán, la participación de las mujeres ha sido vital. “Las mujeres nos estamos abriendo el paso, y estamos ocupando el primer lugar, pero no descartamos el lugar de los hombres”, afirma la maestra, quien está convencida de que “ellos van a ir a los lados, nuestros jóvenes y nuestros niños, porque la lucha ya es de todos”. “Los hombres –continúa– ya estuvieron en el poder e hicieron mal su trabajo, abusaron, es hora de que entiendan, que reflexionen que es tiempo de la participación de la mujer, de querer a nuestra Madre Tierra”.
Las mujeres, dice Osbelia con la experiencia de sus 80 años, “sabemos cuál es el temor, sabemos controlar el miedo”. Por eso, insiste, “ya es tiempo de que participemos bien, pues en la lucha política somos un punto clave porque no nos dejamos engañar y actuamos con honestidad. Ya hemos convencido a nuestros compañeros, nuestros hijos, nuestros hermanos, de que participemos las mujeres. Es hora de que nos unamos, que se acabe ese machismo y el patriarcado. Que ellos ayuden en la cocina, mientras las mujeres salimos al frente. Tenemos que distribuir bien nuestros tiempos”.
ser fuerte no alcanza
Bettina Lucila Cruz, Concejala binnizá. Juchitán, Oaxaca
En el Istmo de Tehuanepec, Oaxaca, lo mismo participan hombres que mujeres en las luchas y en las decisiones importantes de la familia y la comunidad. Bettina confirma que aquí las mujeres “se mueven, hablan y deciden”. Aunque, reconoce, “hay algunas que no lo pueden hacer porque, aun teniendo una familia de mujeres fuertes, se sojuzgan con la presencia de un hombre, por eso no podemos decir que aquí se ha acabado el tema del patriarcado”.
En la organización, por supuesto, es común verlas en primera fila, como en los enfrentamientos con la policía, donde no dudan en defenderse con lasherramientas que encuentran a la mano. “Las mujeres siempre van al frente en las movilizaciones, con la creencia antigua de que a las mujeres no las tocan, pero eso ya se acabó”, pues las golpean parejo, sólo que ellas siguen avanzando.
En la calle y en la sociedad
Sara López González, Concejala maya. Candelaria, Campeche
En la cultura maya, como en la mayor parte de culturas del mundo, existe el machismo y la violencia contra la mujer. “Todos somos explotados, hombres y mujeres de todo el mundo, pero la mujer lo es más; y está más relegada, le dicen que sólo sirve para la casa, para hacer las tortillas, la lavada, la planchada, todo el trabajo doméstico”. Y nosotras, afirma Sara, “somos más que eso”.
Las mujeres “queremos tener el espacio que nos corresponde, en la lucha y en todo, tanto en lo local como en lo nacional. Que no nos relegue ni el sistema ni la casa ni la lucha. No queremos ser más, sino que se escuche nuestra palabra”. La cotidianidad, tanto en las comunidades como en las colonias, dice la Concejala, “es que tú no puedes sonreír si pasa un compañero o un hombre porque entonces ya le estás coqueteando, pero si eres hombre sí puedes. Y a nivel nacional e internacional la violencia es contra las mujeres, a ellas las violan y las matan. Es decir, la violencia la viven en su casa y luego afuera, en la sociedad y en las calles”.
Esta soy yo
Myrna Valencia Banda, Concejala yoreme. Comunidad Cohuirimpo, Sonora
“En Cohuirimpo se habla de una mujer de nombre Nacha Pascola, que en medio de una cacería organizada por el hombre blanco, organizó a las mujeres y salieron, pelearon y corrieron al hombre blanco para que no se metiera a sus casas”. Esta historia, dice Myrna, retrata el espíritu de las mujeres mayo.
Myrna admite que hay machismo dentro de las comunidades y lo vincula al sistema capitalista que “nos convierte en objetos”. Ejemplifica: “A mí me gusta mucho la vestimenta tradicional, pero mucha gente dice ‘ay, qué bárbara, te ves gorda’. Pero bueno, ésta soy yo y no tengo que negar qué soy. El hecho de que tenga una idea de lo que soy y una seguridad en mí misma no permite que haya ningún tipo de opresión en mi vida. En cambio el capitalismo fomenta la vanidad y que haya un mayor consumo en el intento de imitar modelos impuestos por el mismo sistema”.
Miren Dónde Estoy
Lucero Islaba Meza, Concejala kumiai. Comunidad Juntas de Nejí, Sonora
Cuando un hombre se separa o tiene hijos fuera del matrimonio, dice, “no lo critican, porque son machistas. Pero que una mujer tenga hijos de dos o tres parejas diferentes, ya le dicen que es una puta. A él le dicen que es bien chingón y a mí me da coraje. Muchas veces no saben por qué una mujer tiene un hijo, la juzgan a lo pendejo sin saber qué le pasó. Pudiste haber sido violada, cualquier otra cosa y quedar embarazada, no por decisión. Pero así es la gente, tiene muchos prejuicios”.
En el pueblo kumiai “tradicionalmente las mujeres sí participan en los roles dentro de la comunidad”. Hace muchos años, cuando vino el subcomandante Marcos a esta comunidad, “me dije que un día yo haría algo parecido, y mírenme dónde estoy. Quiero que nos dejen de pisotear por ser indígenas y por ser mujeres. Ahora que estoy involucrada en esta lucha, he visto que muchos nos apoyan porque es para beneficio de la comunidad. No me ha tocado ver ni encontrarme con nadie que me diga lo contrario”.
Erguida
Magdalena García Durán Concejala mazahua. Ciudad de México
Tuvo que haber un levantamiento en Chiapas para que Magdalena volviera a hablar su lengua y regresara a portar su vestimenta. Cuenta que antes, por la discriminación alentada por personajes como La India María, se forzó a hablar español, a rizarse el pelo y hasta a usar zapatos de tacón, aunque, dice, “lo que traía dentro nadie me lo podía arrancar”.
Hoy la Concejala mazahua camina erguida por las calles de la Ciudad de México, con su falda y blusa plisadas en colores brillantes y su larga y entrecana cabellera trenzada con grandes listones. “Es lo que recuperé gracias a los zapatistas y esto es lo que realmente soy”, dice, mientras ofrece sus bordados de punto de cruz sentada a los pies del monumento a la fundación de la Gran Tenochtitlan, justo frente a la Suprema Corte de Justica de la Nación, la misma que le otorgó el amparo para ser liberada, absuelta de todo cargo, luego de 18 meses de injusto encarcelamiento.